El último disco de La Galanía rescata del olvido una auténtica joya del Seicento,
en unas lecturas dignas de elogio y que les ratifican como la primera
línea de los conjuntos españoles dedicados a los repertorios pretéritos.
Pegaso. Música de Tarquinio Merula. La Galanía | Raquel Andueza. Anima e Corpo, 1 CD [AEC004], 2014. T.T.: 66:52.
Para muchos, Tarquinio Merula [1595-1665] no pasa de ser un autor de los muchos que adornaron esa inmensa constelación que fue la Italia del Seicento. Conocido básicamente por alguna pieza instrumental extraída de sus diversas colecciones de canzoni –célebre es su Ciaccona,
que Il Giardino Armonico hizo popular hace años–, son muy pocos los que
saben que Merula es un notable compositor para lo vocal. Autor de
varios libros de madrigali y canzonette, dedicó también buena parte de
su tiempo a la creación en el terreno sacro, donde destacan sus motetes,
concerti spirituali y salmos.
Una de estas colecciones dedicadas a lo sacro es Pegaso op[e]ra musicale l’undecima ove s’odono Salmi Motetti, Suonate, e Letaniae della B.V. a due tre quattro e cinque voci…
El título resulta suficientemente elocuente per se. Se trata de una
edición impresa en Venezia en 1640, aunque probablemente se trate de una
segunda edición, siendo la primigenia datada entre 1633 y 1637, que
recoge el total de 17 piezas, 16 de las cuales tiene a la voz como
protagonista. Destaca especialmente por su belleza la única pieza
instrumental de la colección –que en la edición original se coloca
justamente entre las piezas vocales: 8/1/8–, una exquisita canzona
intitulada La Vesconte –como homenaje a Giovanni Battista
Visconti, para quien compusiera diversos encargos–, que tiene al violín y
al violone como extraña pero bien avenida pareja «concertante».
El resto de piezas vocales se ordenaron en el
original por el número de voces intervinientes, a saber, ocho piezas a
dúo, seguidas de otras ocho para tres, cuatro y cinco voces
respetivamente. La variedad de la colección es realmente notable, y pone
en un lugar más que honroso la capacidad compositiva de Merula. Como
muy bien hace notar el musicólogo belga Pieter Mannaerts,
en sus excelsas notas críticas, debe valorarse Pegaso como lo que es,
al menos desde el punto de vista puramente musical: una colección en la
que su autor demuestra de manera fehaciente la estructura compleja y
global en que es concebida, pero especialmente por lo extraordinario en
el uso de recursos, técnicas y variantes compositivas. El recurso de la imitatio
es probablemente el usado con mayor frecuencia –todas las obras lo
albergan–, pero usada de manera muy particular y libre. Es de destacar
el uso de pequeños motivos que forman parte de esta imitación, lo que
supone en cierta manera un adelante notable a otras composiciones
coetáneas. Merula hace un notable uso del ostinato, especialmente del basso di chiacona –muy particular y que solo se ha encontrado en esta formulación
concreta en la obra del autor de Bussetano–, como en su maravilloso Confitebor tibi
a 3. Finalmente, Merula –o su editor, Alessandro Vicenti– resulta
tremendamente preciso en cuanto a las indicaciones de dinámicas, lo que
en una fecha como esta no es tan habitual como pueda parecer.
La belleza de las piezas está fuera de toda duda.
Resulta fascinante la manera en que se dialoga entre las voces y los
instrumentos, con ese lenguaje tan propio de la escritura instrumental
del Seicento y de la escuela violinística italiana del momento. La
escritura resulta realmente inteligente, pues conjuga muy bien la
relativa sencillez de las partes con la brillantez del resultado final.
Merula parecía conocer bien aquello del «menos es más».
Estamos, por increíble que parezca, ante la primera
grabación mundial de tan exquisita colección. Y no han sido Antonini,
Marcon, Biondi, Minasi o Alessandrini los encargados de hacerlo. No,
nada más lejos. Aquellos que dicen que en España no se puede hacer
música europea de nivel tienen en este registro la mejor refutación
posible. Un total trece músicos con un 95% de sangre nacional –el 5%
restante lo componen una alemana y dos portugueses– son los encargadas
de darle vida a este caballa alado para que vuele bien alto y lejos. Y a
fe que lo consiguen. La parte vocal corre de la cuenta de un sexteto
notable, aunque en cierto manera algo irregular. Raquel Andueza es la soprano que pone, junto a Monika Mauch,
los destellos de las líneas vocales altas, con la calidad y calidez
acostumbradas. Se muestran realmente cómodas en este repertorio. Hay que
volver a hacer notar el impresionante paladeo del texto y la
expresividad casi mágica de Andueza. Excelente también el barítono Hugo Oliveira, de timbre carnoso, profundo, elegante línea y fantástica amplitud de registro. Notable la labor de los dos tenores: Íñigo Casalí y Victor Sordo,
especialmente la del primero, que muestra una facilidad vocal
considerable –lástima que no se prodigue más–. Cumplen con notas, aunque
sin alardes unas partes por momentos complejas y realmente hermosas. El
apartado vocal más flojo en la grabación se debe a Marta Infante,
quien por otro lado le toca bregar con la línea más exigente en cuanto a
la tesitura de toda la colección. Dicho esto, lamentamos la incomodidad
que parece mostrar en muchos momentos, lo que se refleja en una emisión
poco natural y muy forzada.
El apartado instrumental se conforma por una
plantilla de siete intérpretes, con una contundente sección para el bajo
continuo. Las partes altas se destinan a los violines barrocos de José Manuel Navarro y Pablo Prieto,
quienes superan con nota las partes más exigentes de sus líneas y que
nos hacen disfrutar de algunos de los pasajes más delicados y brillantes
del registro –especial mención para Navarro por su participación en La Vesconte,
reitero, uno de los momentos más fascinantes del disco–. Sin duda la
parte fundamental en lo instrumental recae sobre el continuo, conformado
aquí por una plantilla de lujo, en la que se encuentran algunos de los
intérpretes nacionales más dotados. Vega Montero está realmente imperial, con un sonido terso, redondo y contundente, y luce con brillo apolíneo en La Vesconte. Poco se puede añadir a estas alturas de Manuel Vilas,
probablemente el mejor arpista español de las últimas décadas, que
aporta aquí el toque de color siempre delicado y luminoso de su
instrumento. Extraordinario Miguel Jalôto al órgano,
firmando uno de los papales más destacados del registro, construyendo un
continuo muy inteligente y que sostiene con sobrada capacidad la
totalidad del conjunto. El toque de la cuerda pulsada viene de la mano
de César Hualde –habitual del conjunto– y Jesús Fernández –que además coordina el proyecto–, que nos regalan ese continuo
sosegado, colorista y que es capaz de mejorar todo lo que hay a su
alrededor.
Este es un disco muy bueno por muchas razones. Primero porque coloca a La Galanía
en la cúspide de los conjunto españoles dedicados a la música antigua.
Dos proyectos de amplio espectro como el dedicado a Antonio Cesti y el
que aquí presentamos demuestran, con sobrados motivos, que estamos ante
un conjunto de un nivel comparable al de cualquier conjunto
internacional de la actualidad en algunos repertorios concretos, por
supuesto. Segundo porque demuestra que Anima e Corpo se
está asentando como una discográfica muy capaz, que selecciona sus
proyectos de manera muy inteligente y que proporciona al mercado
productos de un interés mayúsculo. Tercero, pues nos muestra la faceta
en la dirección artística de Andueza, y nos descubre no solo una
cantante monumental, sino una artista integral, con una visión
fantástica del repertorio italianos del XVII. Cuarto porque estamos ante
un producto que va más allá de lo estrictamente musical, sino que se
convierte en un elemento cultural de primer orden, y en el que colaboran
multitud de personas a las que es necesario nombrar aquí por su
trabajo: por supuesto Antoni Pons, por su gran labor en las transcripción de la edición original; Gerardo Tornero y el equipo de The Recording Consort, que realizan un trabajo de sonido fabuloso –cuán importante es tener un gran profesional en este aspecto–; Simón Andueza, que realiza inteligentes labores como asistente de dirección; Antonio Santillana y Dandelium, que junto a las excelsas fotografías de Michel Novak
conforman un diseño moderno, pero elegante y con que supone el
contrapunto perfecto para una grabación de música del XVII. Quinto y
último, pero probablemente lo más importante, porque rescata del olvido
una obra descomunal, que no podía seguir más tiempo alejada de las
ávidas mentes y oídos de todos aquellos apasionados del repertorio
Barroco, y porque presta las perfectas alas de Pegaso al vuelo de
Merula. Gracias, aunque cabría pedirles para la próxima más atención
para los Merula españoles, que no debemos olvidar, también los hay.
Publicado en Codalario el 10-II-2015.
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