Arsis e Hippocampus vuelven a darse la mano para presentar una novedosa
propuesta editorial en torno a algunas cantatas «bachianas».
Bach en Vallekas. Obras
de Johann Sebastian Bach. Raquel Andueza, Jordi Domènech, Jaun Sancho, Enrique
Sánchez; Hippocampus – Alberto Martínez Molina. Arsis [5247]. 2013. T.T.: 71’29.
El mercado editorial, más en el mundo de la clásica, lleva
unos años inmenso en un marcado e intenso debate acerca de su presente, pero
sobre todo de su futuro. Son muchos los que consideran que el disco compacto,
como tal, dejará de existir en un plazo de tiempo que no se demorará ya en
exceso –otros, por el contrario, sostenemos que la presencia del disco físico
es, y será, insustituible, al menos que se encuentre una solución cercana a
ofrecer algo que sea tan consistente en todos los sentidos como es el disco
compacto. Es por eso que los hay empeñados ya en buscar nuevas soluciones al
supuesto problema del cedé. Arsis fue la primera editorial discográfica
española en ponerse al frente de esta «revolución». Así, se afanaron por
presentar, en el 2012, lo que ellos denominaron GPD, esto es, Geaster PenDrive,
que no era sino una caja al uso en cualquier tipo de cedé, pero en la que en su
interior no encontramos dicho dispositivo de reproducción, sino que en su lugar
se aporta un USB en el que está contenido todo el material audible, al que se
añaden las oportunas notas críticas, además de información adicional, como
pueden ser fotografías de las sesiones de grabación y otro tipo de materiales
que se le puedan ocurrir a los editores. Además, también desarrollaron la
inclusión del formato de archivos MFD –que ofrecen de manera exclusiva desde
2013–, que es un documento PDF (©Adobe), que ofrece la totalidad del contenido de
una referencia discográfica [audio y/o vídeo, notas al programa, biografías,
imágenes, etc.] en un único documento que puede ser descargado de la web. Otro de los
aspectos novedosos de esta grabación es que no es estrictamente auditiva, sino
que se nos presenta en formato audiovisual, con interpretaciones en directo
–dos temas completas, se nos dice–, grabadas el 21 de marzo de 2011 en la
Iglesia de San Pedro ad Víncula de la Villa de Vallecas.
Con este
modelo se presenta este Bach en Vallekas,
cuyo rompedor título es toda una declaración de intenciones. «El Barrock ‘n’
Roll regresa», parecen querer decir, o más bien, «nunca se ha ido». Contiene el
disco… Ay, disculpen, el dispositivo GPD –es la costumbre–, una serie de tres
cantatas, correspondientes al catálogo Bach-Werke-Verzeichnis
con los números 109, 112 y 202, además de un pequeño interludio protagonizado
por el, para nada pequeño, Brandenburguisches
Konzert nº. 4, BWV 1049.
La primera
obra que se nos ofrece es la Kantata Derr
Herr ist mein getreuer Hirt BWV 112, que consta de cinco números, con coro
inicial, choral final, aria para
alto, arioso para bajo y un dúo para soprano y tenor. Compuesta para Dominica Misericordia Domini, fue
estrenada el 8 de abril de 1731, y utiliza texto de Wolfgang Meuslin [c. 1530]. La plantilla necesaria es
soprano, alto, tenor, bajo, trompas, oboe d’amore, fagot, cuerdas y continuo. Obra
de pequeñas proporciones, que utiliza incluso el mismo material del choral final en el coro inicial. Destaca
por su especial belleza el dúo Du
bereitest für mi reinen Tisch, interpretado aquí con la solvencia y
presencia necesaria por los solistas de turno, sobre los que luego hablaremos.
La segunda
cantata interpretada es Weichet nur,
betrübte Schatten BWV 202, cantata nupcial, lo que no es sugerido por el
texto de la misma, pues realmente no se conocen datos fidedignos de su estreno,
posible función ni autor del libreto. En la copia más antigua conservada, de
1730, únicamente encontramos la descripción Cantata
a voce sola, cuya tesitura hace que sea la voz de soprano la elegida para
su interpretación. La plantilla instrumental requerida es oboe, violín, cuerdas
y bajo continuo. Por momentos parece que el Kantor
se acercase a esa producción operística que tanto se ha echado en falta por
algunos estudiosos e intérpretes. La primera de las arias, con oboe obbligato es una de las más hermosas de
cuántas existan en la producción de Bach, pues la belleza melódica y el juego
de líneas entre los solos de soprano y oboe son sostenidos de una manera
asombrosa por un leve y casi hipnótico colchón armónico realizado por la
cuerda, en la que sorprenden el desarrollo de progresiones y escalas ascendentes.
Los recitativos entre las arias son de una hondura armónica apabullante,
creando un hermoso contraste con las arias en las que el uso de los
instrumentos solistas parece crear un claro diálogo entre estos y la voz. La
tercera de las arias es un brillante diálogo soprano-violín, mientras que la
cuarta recupera al oboe como compañero de fatigas –deliciosa y
extraordinariamente jubilosa su melodía–, terminando la obra como una
fascinante aria en tiempo de gavotte,
en la que el oboe, violín y la voz se convierten en el trío solista, en un
esplendoroso ejemplo de dominio del contrapunto, al que acompaña una orquesta
bien nutrida en la sonoridad de la cuerda, con momentos al unísono.
Un interludio
instrumental se nos presenta a continuación, con una de las grandes obras
concertísticas del catálogo BWV, el Brandenburguisches
Konzert nº. 4 BWV 1049. Compuesto en la tonalidad de Sol mayor, tiene al violín y dos flautas
de pico como instrumentos solistas, quedando el resto de la orquesta con el
único complemento de la cuerda y el continuo para completar la partitura. Compuesto
circa 1720, en las condiciones que
son sobradamente conocidas, supone un absoluto despliegue de la elegancia
melódica y el virtuosismo límite –véanse los pasajes del violín– al que Bach
podía llevar sus composiciones. Destacan los vívidos movimientos extremos, que
enmarcan un Andante central repleto
de lirismo y evocadores sensaciones en las que el timbre especialmente dulce de
las flautas de pico nos parece acercar a un paisaje bucólico.
Se cierra el
«disco» con la Kantata Ich glaube, lieber
Herr, hilf meinem Unglauben! BWV 109, compuesta Dominica 21 post Trinitatis, se estrenó el 17 de octubre de 1723,
en la Thomaskirche lipsiense, cuyo
libretista es desconocido. Requiere de tenor y alto solistas, coro a 4, tromba da tirarsi –instrumento
reconocible en la trompeta natural, que normalmente suele ser intercambiada en
lo interpretativo por la trompa natural–, oboes, cuerdas y bajo continuo. El
coro inicial es un fantástico despliegue de sonoridades, con los dos oboes, el
fagot apoyando en el continuo, y la cuerda como soporte melódico-armónico de un
coro que tiene momentos casi dedicados a voces solistas. Le siguen un recitativo
y aria para tenor, esta última uno de los fantásticos ejemplos que el Kantor supo desplegar en su literatura
para dicha tesitura, que destaca por una introducción orquestal que nos puede
acercar a la ouverture de corte
francés, para volver con presteza a esa sonoridad tan «bachiana», construida en
una línea vocal sólida y compleja que es mantenida únicamente por el continuo.
El aria transita por este continuo contraste entre la voz y el continuo y ese
aire francés para la orquesta sin la voz solista. El tenor cede su lugar al
alto, que ofrece un recitativo y un aria, otro hermoso ejemplo de lo que el
maestro de Eisenach es capaz de crear, pues con el único concurso del trío
solista, conseguido a través del propio alto al que suma dos oboes, y el
continuo, es capaz de sostener la expresividad de un aria de más de seis
minutos. Se cierra la cantata y el disco con el choral final, rúbrica al más puro estilo «bachiano», en la que
encontramos un maravilloso manejo de las partes concertantes dentro del todo,
desarrollando un exquisito contrapunto entre tres líneas, dejando el cantus firmus para la soprano. La
escritura orquestal es absolutamente demoledora, con una riqueza en las líneas,
la tímbrico y el elemento armónico de las que dejan sin palabras.
Está en
cierta manera extendida la creencia de que la música de Bach, por su inmensidad
y su estricto carácter más septentrional, no es accesible de la misma forma
para cualquier tipo de intérpretes. Este disco viene a demostrar que también en
España es factible hacer un Bach de cierta altura, en que los aspectos
cualitativos pueden competir con dignidad con los de sus colegas alemanes,
belgas u holandeses. Si bien es cierto que en España ha habido siempre mucho,
mucho respeto a interpretar la magna obra del Kantor, parece que en los últimos años los artistas nacionales se
están atreviendo a «plantar cara» a su obra. El resultado de este registro, si
bien no está a la misma altura de lo que
puede ofrecernos un Herreweghe, Koopman o Gardiner, sí que supone una buena
muestra de que se está avanzando bien por el camino. Las partes solistas
cumplen entre lo insuficiente, como en el caso del contratenor Jordi Domènech, no resulta ni
especialmente agradable ni adecuado para la hondura expresiva que requiere este
repertorio; lo notable, el bajo Enrique
Sánchez, aunque sus aportaciones se limitan prácticamente a enriquecer las
partes corales, lo que no es poco, desde luego; y lo absolutamente
sobresaliente, comenzando por el tenor Juan
Sancho, que verdaderamente está estratosférico aquí, con un timbre
hermosísimo, un gran dominio de lo técnico y un carácter excepcional para este
repertorio, con una dicción muy notable del alemán; sumamos, para terminar, a Raquel Andueza, que literalmente se
sale, especialmente en su cantata a solo. A pesar de que su voz y timbre más
blanco pueden parecer a priori algo
inapropiados para esta música, Andueza sale airosa merced a su dominio técnico,
expresivo, su fantástica dicción y una extraordinaria capacidad para
desarrollar una línea elegante y precisa, que engrandece el texto escrito.
La parte
orquestal luce también con claroscuros, aunque en general hay que felicitar a Hippocampus por su participación en
esta ardua empresa. Las partes solistas adolecen de ciertos problemas en la
afinación e algunas notas problemáticas en los pasajes más exigentes. En otros
momentos saben hacer suyos los momentos más hermosos y acompañar con delicadeza
y refinamiento a las voces solistas. La cuerda y el continuo son lo mejor de la
grabación, con un sonido terso, límpido y en el punto justo en cuanto al
carácter y manejo de las dinámicas. Bien elegidos los tempi por parte del director, Alberto
Martínez Molina, quien aporte un toque personal a las versiones, sin caer,
afortunadamente, en una «mediterraneización» de la obra de Bach. Es más,
diríamos que es una versión bastante nórdica, contenida en la expresión, pero
no fría en su resultado final. A pesar de una orquesta poco nutrida en el
número, el resultado sorprende por su sonoridad redonda y llena, todo lo
contrario a lo que se aprecia en las partes corales, pues la visión OVPP –one voice per part– no funciona en
ninguno de sus principales aspectos.
Un
«disco» que merece la pena más por su contenido estrictamente musical, que lo
por novedoso de un concepto que, por «posmoderno» que quiera resultar, no es
aún más innecesario de lo que será en los próximos años. No soy de los que
auguran la caída del compacto, así que sigamos haciendo objetos culturales que
honren el soporte que tantas horas de felicidad nos ha aportado y aportará. Por
lo demás, lo dicho, Bach también es para españoles.
Publicado en Doce Notas el 21-12-2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario