El
joven conjunto holandés presenta un curioso y espectacular disco plagado de inteligentes
transformaciones y metamorfosis musicales.
Transfigurations. Obras
de Johann Christoph Pez, Johann Sebastian Bach, Francesco Geminiani, Michel
Corertte, Biagio Marini, Tarquinio Merula, Giuseppino del Biabo y tradiconales.
Les Esprits Animaux. Editions Ambonay [AMY039]. 2013.
T.T.: 71:55.
Transfigurar.
(Del lat. transfigurāre).
Así define el DRAE la acción de la
transfiguración. Resulta cuando menos curioso que un conjunto titule así un
álbum, porque parece que las intenciones se clarifican desde el comienzo para
algunos, mientras que para otros este título puede sugerir algo desconcertante,
despertar una expectación natural. Aplaudimos, de mano, la iniciativa de saber
conjugar ambos aspectos en algo tan esencial en un registro sonoro como es el
título que lo presenta.
Nadie espere, sin embargo, el típico disco
que uno pone en su reproductor y automáticamente le hace surgir pensamientos
tipo: «uf, otro disco más de fusión», « ya estamos con las mezclas raras» o
«parece que en la música barroca ya no se pueden hacer cosas sin tener que
acudir a lo comercial». Aquí encontramos otra cosa, ante todo música de un
calibre absolutamente deslumbrante.
El primero en hacer su aparición es Johann Christoph Pez [1664-1716], compositor
alemán no especialmente transitado por los conjuntos barrocos hoy día, y que
sin embargo es autor de piezas tan absolutamente fascinantes como esta Passacaglia, extraída de su Concerto pastorale en Fa mayor, para dos flautas, de carácter
alegre, danzante y bucólico, extraordinario ejemplo de la intercambiabilidad
terminológica que entre passacaglia y
ciaccona se llevó a cabo en buena
parte Europa, a pesar de que en su origen ambas eran bien diferenciadas.
Johann
Sebastian Bach [1685-1750] está representado aquí por dos interesantes
piezas: primero con el enigmático y celebérrimo Contrapunctus XIV de su Die
Kunst der Fuge BWV 1080, auténtico
dechado de dominio contrapuntístico, pura matemática que sin embargo se convierte
en belleza que resulta casi hipnótica; culmen de la escritura barroca, destaca
por la introducción de las letras que compone el apellido BACH, a las que, como
es sabido, el Kantor atribuyó unas notas
correspondientes, que además son intercambiables por unos números, los cuales,
sumados, dan unos resultados absolutamente sorprendentes y dignos de un genio
de la altura del maestro de Eisenach. La segunda de las piezas del Kantor de Santo Tomás son los catorce cánones
que este compusiera sobre las ocho primeras notas del Aria de las Goldberg-Variationen,
que llevan el número de catálogo BWV 1087. Quizá sea esta la pieza más
interesante de todo el registro, tanto por lo escaso de las grabaciones
preexistentes –uno no puede evitar acordarse de la fantástica llevada a cabo
por el conjunto Café Zimmermann en el sello Alpha–, como por lo brillante de su
esencia. Deslumbra la capacidad de Bach para acometer esas ochos «sencillas»
notas y transfigurarlas –me permitirán aquí el término– de las más geniales
maneras: inversiones, movimiento contrario, movimiento paralelo, aumentaciones
y disminuciones, uso de canon en múltiples maneras… Una absoluta delicia, otro
ejemplo de cómo a veces lo más intrincado puede resultar lo más sencillo, e
indudablemente hermoso.
Francesco
Geminiani [1687-1762], compositor italiano bien conocido, entre otras
cosas, por haber puesto en forma de concerto
grosso el Op. V de Arcangelo Corelli, aparece representado aquí en otra de
sus facetas más destacadas, la de recopilador y arreglador de melodías
tradicionales escocesas, labor que desarrolló en sus períodos entre London y
Dublin – ciudades en las que pasó gran parte de su vida – y que plasmó en su A Treatise
of Good Taste in the Art of Musick [1749]. Se graban en este álbum
sus Sonata I ‘The Broom of Cowdenknowes –
Bonny Christy’, Sonata II ‘Bush aboon
Traquair’ y Sonata III ‘The last time
I came o’er the Moor’, las cuáles aparecen inteligentemente precedidas por
los piezas tradicionales sobre las que Geminiani se basó –de gran belleza, hay
que añadir–, lo que nos aporta un fantástico ejercicio de comprobación de la
labor casi folklorística que por entonces se llevó a cabo por parte de
Geminiani, así como de su habilidad para trasladar estas piezas del lenguaje
más puramente popular al más absolutamente barroco y estrictamente italiano.
De Michel
Corrette [1707-1795] se registra una de sus piezas más conocidas –dentro de
lo ignoto que resulta este compositor para el gran público–, concretamente uno
de los 25 Concertos Comiques que este
creara, que no eran sino adaptaciones de piezas escritas para la ópera que
Corrette tomaba de representaciones que presenciaba –en algunas ocasiones
anotaba incluso cuáles eran– y arreglaba para diversos instrumentos solistas.
El Concerto Comique XXV, titulado Les Sauvages, se inspira en tres
fragmentos: el primero de ellos, del que lleva el título, indudablemente en Les Indes Galantes, de Jean-Philippe
Rameau; el segundo [Quand on sçait aimer
et plaire] lo hace en un aria de
la ópera Le Devin du Village, de
Jean-Jacques Rousseau; mientras que para el tercero [La Fustemberg] lo hace en una danza de posible origen inglés que se
hizo bastante popular en la Francia del XVIII. Toma aquí Corrette varios
instrumentos para realizar las funciones solistas: violín en el primer movimiento;
clave y traverso en el segundo; volviendo en el tercero de nuevo al violín.
Con Biagio
Marini [1594-1663] el álbum torna a un registro absolutamente distinto, en
el que el término dolente sería el
definitorio. Su Passacaglia es una de
los mejores ejemplos de todo el Seicento
italiano en cuanto a la capacidad que tenían los ostinati para conmover al oyente. Escrita a cuatro partes,
únicamente con la cuerda como protagonista, el dominio de la retórica es claro
y característico en esta pieza, sobre todo en el uso del «motivo» dolente inicial, que va variando pero
que subyace en toda la composición.
Con un cambio de carácter absoluto
recibimos a Tarquinio Merula [1595-1665],
quién en su célebre Ciaccona
despliega toda su habilidad violinística para desarrollar una escritura
absolutamente virtuosa en los dos violines, que son sostenidos armónica y
rítmicamente por un ostinato de ocho
notas. Pieza que invita a la danza, al solaz de la liviandad bien entendida y
al regocijo en la belleza melódica.
Giusepe
del Biabo [¿–1616], compositor bajo el que parece esconderse realmente Giuseppe del Cenci, aunque bastante
desconocido, ha pasado a la historia en buena medida gracias al propio Biagio Marini,
quien tomó su canzonetta Fuggi, fuggi da
questo cielo, para componer Fuggi
dolente core, que paso a ser conocida por toda Europa con el sobrenombre de
La Mantovana o Aria di Mantova, gracias a la cantidad de adaptaciones que de ellas
hicieron este y otros maestros, como Marco Uccellini. Música de delicada y
elegante sencillez, resalta por su marcado toque melancólico –más destacado en
la inspiración de Marini que en el original.
Se cierra el disco con una curiosa melodía
tradicional venida desde las islas británicas, que fue realmente popular a
finales del XVI y principios del XVII y que lleva por título John come Kiss me now, pura sonoridad
británica habitual en este tipo de piezas de corte «callejero», auténtica
transfiguración entre lo popular y lo cortesano.
Les
Esprits Animaux, que se fundara en 2009 en Holanda, como fruto de la unión
de una serie de intérpretes especializados en música antigua que cursaban
estudios en el Koninklijk Conservatorium Den Haag –Real Conservatorio de La
Haya–, plasma aquí toda una lección de cómo las cosas pueden hacerse bien si
hay talento y sobre todo trabajo. Un disco amable, de esos que engancha, no
solo porque la selección musical es inteligente, de muchos quilates, sino
porque se observa en la interpretación una trabajo, pasión y madurez que contrastan
con lo que la edad de los intérpretes puede sugerir en primera instancia. Sorprende
especialmente la seguridad con la que se acometen las interpretaciones de las
piezas más complejas. En Bach todo resulta fluido, sobrio, expresivo, comedido
a la par que «aireado».
Todos y cada uno de los miembros que forman
este conjunto poseen una técnica bien trabajada, en la que se nota una profunda
reflexión, una búsqueda de sonido propio. Espectaculares Tomoe Badiarova y Javier
Lupiáñez a los violines barrocos, que junto a David Alonso Molina [viola barroca] y Roberto Alonso [cello barroco] –fantástica su labor en el continuo–
conforman una sección de cuerdas muy bien avenida, con un sonido firme,
brillante y delicado, sin fisuras. La parte del viento está absolutamente bien
cubierta merced a la exquisita tarea de Lena
Franchini [flautas de pico] y Élodie
Virot [traverso barroco], que demuestran tener algo que no todos poseen al
tañer este tipo de instrumentos: expresividad. Patrícia Vintém, por su parte, aposenta un sólido y contundente
continuo en el órgano y clave, sabiendo adecuar bien los colores requeridos en
cada pieza, así como el carácter necesario en cada fragmento.
Un disco inteligente, curioso –en la mejor
de las acepciones–, amable, de los que enganchan. En él hay de todo, desde el
desenfado más absoluto de las piezas tradicionales –bravo por estos jóvenes al
no «enloquecer» ni siquiera en estas piezas–, hasta una madurez y un bagaje de
una hondura considerable, que se plasma en las piezas más exigentes, ya no solo
desde el punto de visto técnico, sino desde el puramente intelectual. Editions Ambronay sigue apostando,
afortunadamente, por los jóvenes músicos historicistas, que como se aprecia en
este gran registro, tienen mucho por decir. Pura transfiguración entre el
diseño rompedor del disco y la sosegada e inteligente propuesta sonora del
interior. Prueben, verán como repiten.
Publicado en Doce Notas el 09-II-2014.
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