Bonizzoni y los suyos nos traen una nueva lectura de esta serenata vivaldiana, que muestra su lado más afrancesado.
La Senna festeggiante. Música de Antonio Vivaldi. Yetzabel Arias Fernández, Martín Oro, Sergio Foresti. La Risonanza – Fabio Bonizzoni. Glossa [GCD 92153].
La Senna
festeggiante RV 693, serenata a tre estrenada en Venezia el
año de 1726, es, sin lugar a dudas, el mejor ejemplo creado por Antonio Vivaldi dentro de este curioso
género profano del que tan solo se conservan otras dos muestras dentro de su
extenso corpus compositivo. Etimológicamente proviene de sereno, que viene a hacer referencia al cielo claro,
particularmente en la noche, lo que da una clara pista de que solían
interpretarse al aire libre, al contrario de lo que sucedía con los géneros
profanos «mayores». Además, como señala Michael Talbot, era un género
extremadamente fugaz, pues solía interpretarse una única vez, como su carácter
de obra de «circunstancia» le obligaba. Solía ser el centro de alguna
celebración o festa, en la que se
celebraba o conmemoraba algún acontecimiento relevante.
En este caso
concreto parece que la obra surge del contacto directo entre Antonio Vivaldi y
Jacques-Vincent Languet, embajador de Francia en Venezia, que en su cargo
gustaba de conmemorar la onomástica de su monarca, el día de San Luis –25 de
agosto. El libreto fue escrito por Domenico
Lalli, habitual colaborador del compositor veneciano, y en él se rendía
tributo a tres autoridades a través de los tres personajes del mismo: Languet
–anfitrión–, Louis XIV –rey y dedicatario de la obra en el día de su
onomástica– y el cardenal Pietro Ottoboni –uno de los mecenas y personajes más
influyentes en la música italiana en el XVIII. Así, la serenata se divide en
dos partes –como era habitual en la época–, a través de las cuáles el trío protagonista
se divide la participación en una serie de recitativos y arias de la misma
importancia y número. L’Età dell’oro, La Virtù y La Senna componen este trío,
los dos primeros buscando su felicidad perdida mientras vagan por un decadente
paisaje, hasta que son acogidos por el benevolente Senna, que les conduce hasta
su tan anhelada meta, llegando en la segunda parte hasta la figura del rey, al
que alaban y glorifican con el mayor boato posible.
Los dos
folios finales del manuscrito conservado en la Biblioteca Nazionale Universitaria
de Torino están desgraciadamente perdidos, por lo que Talbot optó por
reconstruir dicho final utilizando material «vivaldiano», extraído
concretamente de una serenata que este había compuesto un año antes.
Que esta es
la obra más alla francese del autor
veneciano es algo que se hace evidente a la escucha, pero que queda además justificado
teniendo en cuenta el origen de la misma. Sigue siendo una serenata italiana y
el estilo de Vivaldi está presente de principio a fin de manera inexorable, sin
embargo, algunos toques franceses pueden encontrarse en el uso bastante
contundente de las figuraciones con puntillo, además de inflexiones de tipo
melódico y armónico que nos recuerdan a dicho estilo. Destaca entre los
elementos franceses la escritura desarrollada en la Ouvertur –la denominación de Giovanni Battista Vivaldi no da lugar
a dudas– que abre la segunda parte de la serenata, en la que las voces de la
fuga suben a partir del bajo y no descienden desde el primer violín, en una
clara referencia a la obertura de tipo «lulliano». La ciaconna que subyace en el último movimiento es otra sutil
referencia al estilo del Grand Siècle.
La
orquestación utilizada por Vivaldi destaca por la presencia de flautas y oboes
como strumenti di rinforzo en varios pasajes,
pero resulta bastante convencional y poco arriesgada en cuanto al uso de
instrumentos solistas, ni siquiera entre los habituales, siendo la cuerda el
acompañamiento más utilizado durante los 37 números. Lo habitual en la época en
cuanto al instrumentario solía centrarse en una orquesta de cuerdas, en la que
en raras ocasiones se acudía al uso del viento, por lo que, aún comedida, la
plantilla de Vivaldi no resulta del todo reservada.
En este
registro los personajes solistas son desempeñados por tres habituales del canto
histórico, buenos conocedores del repertorio italiano y asiduos colaboradores
de Bonizzoni. La soprano Yetzabel Arias
encarna a la L’Età dell’oro, y lo hace con presencia, con una línea de canto
contundente, firme, con un bello timbre y mostrándose buena conocedora de la
música «vivaldiana». Sin duda la mejor de las partes solistas de la grabación.
Por su parte, el contratenor Martín Oro
se encarna de dar vida a La Virtù, y lo hace cumpliendo su papel sin excesivos
alardes; no es el suyo un timbre especialmente redondo, ni destaca por tener
una técnica apabullante sobre todo en el registro agudo. Me temo que otros
muchos de sus colegas pudieran haber cumplido con mayor solvencia. La Senna le
está asignado a Sergio Foresti, cuya
participación se desarrolla entre claroscuros. Hay momentos verdaderamente
buenos –su registro agudo resulta poderoso y convincente–, y otros
desconcertantes –el resulto grave es sombrío y desajustado–, destacando a veces
un uso del vibrato desmesurado que
llega a resultar molesto. Sin embargo es quizá el mayor actor de los tres,
haciendo de su papel el más expresivo.
La Rissonanza, que cuenta aquí con una
plantilla de 16 instrumentistas, se erige como el gran pilar en el desarrollo
del registro. Su capacidad de colores es muestra de un talento grande y un trabajo
duro y ajustado. Fantástica la manera en la que saben hacer suyo ese sabor
«vivaldiano» tan característico. Nos ofrecen un Vivaldi comedido, vital pero
sin desmedidos tempi o contrastes
antinaturales a los que otros nos tienen acostumbrados. El sonido conseguido
por las cuerdas en límpido y terso, con un empaste fabuloso. Buen trabajo,
además, el del continuo, sobrio pero siempre firme, aunque se echa de menos
algo de cuerda pulsada, es cierto.
El trabajo de
Fabio Bonizzoni es soberbio en la
dirección y en el clave. Conoce muy bien a Vivaldi, y no se deja llevar por su
pasión y carácter italiano en una lectura «asalvajada», sino que trabaja siempre
en aras de la elegancia, de la expresividad y la belleza sonora. A fe que lo
consigue.
Una versión fabulosa de una obra de muchos quilates. Algunos de los momentos contenidos aquí son auténticamente gloriosos, así que no se la pierdan. Vivaldi es siempre vitalidad y energía en estado puro, aún en visiones más comedidas como esta. Además, el diseño siempre refinado al que nos tiene acostumbrados Glossa y unas deslumbrantes notas críticas, firmadas por nada menos que Michael Talbot –que pasa por ser el mayor experto en Vivaldi del mundo–, redondean un gran disco. Lástima de haberlo llevado casi a la perfección con una participación vocal más homogénea. No obstante, versión referencial de esta bella obra.
Una versión fabulosa de una obra de muchos quilates. Algunos de los momentos contenidos aquí son auténticamente gloriosos, así que no se la pierdan. Vivaldi es siempre vitalidad y energía en estado puro, aún en visiones más comedidas como esta. Además, el diseño siempre refinado al que nos tiene acostumbrados Glossa y unas deslumbrantes notas críticas, firmadas por nada menos que Michael Talbot –que pasa por ser el mayor experto en Vivaldi del mundo–, redondean un gran disco. Lástima de haberlo llevado casi a la perfección con una participación vocal más homogénea. No obstante, versión referencial de esta bella obra.
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