La Grande Chapelle rinde por debajo de sus posibilidades en un discreto concierto inaugural del ciclo de Música Históricas leonés.
León. Auditorio Ciudad de León. 11-XII-2013, 20:30. Entrada: 18 y 12 €uros.
Sones de ida y
vuelta. IX Ciclo de Músicas
Históricas de León. La Grande Chapelle - Albert Recasens. Programa: El alba sonora: villancicos de las
catedrales de Guatemala y México. Obras de Tomás de Torrejón y Velasco,
Antonio de Salazar, Diego Ortiz y anónimo.
Si algo ha heredado Albert Recasens de su padre, el tristemente desaparecido Ángel
Recasens, es su afán por desenterrar del olvido repertorio hispánico, el de
poner en valor y justo punto algunos de los tesoros que duermen en archivos el
mal llamado «sueño de los justos». Desde ese punto de vista es esta una labor
incansable que nunca se le podrá agradecer lo suficiente. Sin embargo, y
sorprendentemente, pues conozco bien el trabajo de dicho conjunto, considero
que la defensa del programa resultó menos imponente de lo que cabría esperar.
Comenzó el
concierto con dos piezas de Tomás de
Torrejón y Velasco [1644-1728] –célebremente conocido por la composición de
la que es considerada como la primera ópera del Nuevo Mundo: La púrpura de la rosa [1701]: ¡Mírenle, mis señores!, villancico a 4;
y Ave verum corpus a 4. Dos ejemplos
absolutamente distintos dentro de la producción de este albaceteño que
desarrolló su importante carrera en el Virreinato del Perú. El primero, fruto
de la consagración que el género del villancico sufrió a lo largo de todo el
siglo XVII y buen parte del XVIII, tanto en España, como en las diversas
colonias que se encontraron allende los mares. De este modo, el autor limeño se
consagró a su composición de una manera profusa, desarrollando en este corpus
todo un muestrario de las técnicas hispánicas del género, pero introduciendo
también algunos toques claramente italianizantes. Por otro lado, el motete a 4
que se interpretó en segundo lugar es un evidente ejemplo de las trazas del stile antico que aún eran visibles
dentro de la producción de los compositores virreinales, a pesar de lo
sobrepasado en lo temporal que estaba ya el Renacimiento.
Le siguieron
tres piezas de Antonio de Salazar
[c. 1650-1715], este sí, absolutamente autóctono, que fue nacido en Puebla y
que desarrolló su magisterio de capilla en la capital mexicana. Missus est Gabriel*, motete a 4, que es
otro claro ejemplo de ese componer en la prima
prattica –se evidencia en el tratamiento contrapuntístico e imitativo de
las líneas, las típicas cadencias de corte «renacentista» o la delicadeza en el
tratamiento vocal. A este le siguieron dos nuevos villancicos, también a 4: Si el agravio Pedro y La culpa y el amor de Pedro*, en los que
se observa el tratamiento mucho más conservador de este compositor en el
género, siendo más estricto en su fundamento estructural: estribillo-coplas,
con el uso de proporciones mucho menos arriesgadas.
Le siguieron
dos piezas de Torrejón y Velasco: un bailete a 4, A este sol preregrino, y villancico a 2, Cuando el bien que adoro, contraste entre la algarabía del primero
y el tratamiento más delicado y técnico del segundo. Sin solución de
continuidad –a pesar de que en el programa estaba anunciada una pausa–, se
interpretó una Recercada de Diego Ortiz, en la que la viola da
gamba dio toda una lección de virtuosismo y preciosismo sonoro, a la par que esta
intervención permitió a los cantores trasladarse a la parte posterior del
escenario para acometer la interpretación de dos piezas de Salazar: O vos omnes* y Stabat mater*, ambas a 4. De nuevo el stile antico hacia su presencia en escena, en las que supusieron
las obras más hondas y bellas del programa.
Otra pieza
instrumental, en esta ocasión una pavana anónima americana para tiorba a solo,
dio la oportunidad de regresar a los solistas vocales al escenario, donde todos
volvieron al género del villancico, también de la mano de Salazar y su ¡Hola! príncipes sacros* a 4, al que
siguió la pieza a solo Luceros, volad,
corred, de Torrejón y Velasco, en el que se despliega un estilo más
innovador en el que la voz solista puede acercarse más a la estética del aria
italiana que a la de corte hispánico. Digan
quae est ista, villancico a 4*, un fantástico ejemplo de politextualidad,
en el que la estructura pregunta-respuesta es la base de la pieza.
En lugar del
anunciado Vengan corriendo a solo, de
Salazar, se interpretó una pieza instrumental: paradetas –en esta versión con arpa y guitarra barrocas– de Lucas
Ruiz de Ribayaz, burgalés de nacimiento, que posteriormente viajara a Perú, y
que es bien conocido por la composición de su Luz y norte musical para caminar por las cifras de la guitarra española
y arpa, tañer, y cantar a compás por canto de órgano; y breve explicación del
arte [1677]. El concierto lo cerraron cuatro pieza de Torrejón y Velasco: ¡Fuego, fuego!, villancico a 3; Si al alba sonora a 2 –evidente mezcla
estilística entre lo hispánico, con el villancico, y lo italiano, con la
cantada italianizante; Desvelado sueño mío,
rorro a 7 –tempo pausado y delicadeza en aras de su carácter arrullador; para
finalizar con Atención, «juguete» a 4,
uno de esos géneros de corte festivo, en los que se daba rienda suelta al
jolgorio y la teatralidad de los intérpretes –bien recreado escénicamente aquí.
Sin ser la
música más exquisita que se haya escuchado, sí que estamos ante piezas de un
notable valor, ya no solo en lo puramente estético, sino musicológico, pues nos
proporcionan datos vitales para comprender de manera global el tratamiento que
de los géneros llevados de Europa se hacía en los virreinatos americanos. Gran
trabajo, pues, de Albert Recasens en su recolección y transcripción –ayudado en
las piezas en lengua vernácula por Mariano Lambea, del CSIC.
No obstante,
como decíamos al comienzo de estas líneas, debemos lamentar una discreta
aportación desde el apartado interpretativo. Ninguno de los cantantes solistas
brilló especialmente. La soprano María
Eugenia Boix fue la más solvente en cuanto a lo técnico, aunque sus
interpretaciones –sobre todo a solo–
resultaron impregnadas de un manierismo mal concebido que resultaba un
tanto molesto; Lídia Vinyes
[soprano], rindió siempre a la sombra de Boix, intentando destacar en los pocos
momentos que tuvo, haciendo gala de un timbre no especialmente bello y ciertos
problemas en el registro grave. Por su parte, el contratenor Gabriel Díaz– una de las promesas del
canto histórico español– estuvo correcto, sin alardes, destacando por su timbre
estable y no especialmente estridente –mucho que mejorar en el registro de
pecho; Gerardo López fue, sin duda,
lo peor de la noche, sobresaliendo por su artificial y engolada línea de canto,
además de por un gusto dudoso en los pasajes a solo; Elías Benito fue para mí la mayor sorpresa, pues se mostró
contenido, elegante, sobrio y muy sólido, rindió bien tanto en las partes más
exigentes en lo agudo, como en los pasajes que requerían de mayor contundencia
en los graves. Las partes de conjunto resultaron un tanto confusas, pues en general,
pues las líneas no acababan de entender con la claridad deseada, y el texto se
volvía ininteligible en muchos pasajes. Pequeños problemas de afinación se
hicieron patentes en las piezas sin acompañamiento instrumental. No obstante,
no todo fue negativo, pues también nos regalaron momentos en los que el
disfrute por su parte era evidente y se proyectaba, con un sonido más
conjuntado en todos los parámetros sonoros.
El concurso
instrumental estuvo mucho más equilibrado y brillante. Destacar especialmente
la actuación de la violagambista Romina
Lischka, impecable –salvo un momento concreto– en lo técnico –impresionante su pieza como
solista–, con un sonido siempre redondo, sin aristas, cumpliendo en su labor de
continuo a la perfección. La acompañaron Charles-Edouard
Fantin, a la tiorba y guitarra barroca, también exquisito en sus partes a
solo y como continuista; y Maria Christina Cleary, al arpa barroca, que tuvo
algunos desajustes en las piezas a solo, pero que en general estuvo cumplidora,
sin demasiadas florituras.
La dirección
de Recasens no se destaca por su gesto, sino que es obvio que es un director de
«trastienda», de los que su trabajo no destaca únicamente en el escenario.
Trabajó por el refinamiento, sobre todo en las piezas de corte más arcaico,
jugando muy bien con el contraste de matices –stile antico sí, pero siglo XVII más que avanzado–, consiguiendo
momentos muy logrados en el equilibrio sonoro y la elegancia interpretativa.
Conoce bien el repertorio y eso se nota, pues le aporta siempre un toque
personal, contenido en el aspecto festivo y en el que se agradece especialmente
la ausencia de esa percusión desmesurada que tanto molesta y a la que tantos
grupos suelen adscribirse.
En
definitiva, un concierto discreto en lo interpretativo, que se libró gracias a
lo interesante del repertorio seleccionado, pues las piezas marcadas con * eran
recuperaciones y primeros estrenos en tiempos modernos. Animamos, desde aquí, a
Recasens y su Grande Chapelle a seguir adelante, porque un traspié no marca una
trayectoria, y estoy seguro de que tienen aún mucho que ofrecernos.
Publicado en Codalario el 13-XII-2013.
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