El conjunto ruso realiza su aportación al «Año Rameau» con una antología de algunos de los momentos orquestales más impresionantes de su producción, en unas lecturas absolutamente personales y ciertamente discutibles.
The Sound of Light. Obras de Jean-Philippe Rameau. Nadine Koutcher, Alexei Svetov • MusicAeterna | Teodor Currentzis. Sony Classical, 1 CD [88843082572], 2014. T.T: 62:32.
La efeméride «rameauniana» sigue dando sus frutos, a pesar de que está llegando a su fin. Han sido varios los conjuntos que se han puesto manos a la obra para grabar algunas de sus óperas, algunas de las cuales ha encontrado por fin un registro sonoro perdurable, pues no se tenía todavía versión alguna en disco compacto. Otros, sin embargo, han optado por empresas menos ambiciosas para honrar la figura del genio de Dijon, sin ser por ello, no obstante, carentes de interés. A este segundo grupo pertenece el registro discográfico que aquí se presenta.
En
la línea de álbumes como el célebre Une symphonie
imaginaire –con que Les Musiciens du Louvre - Grenoble | Marc Minkowski
obsequiaron al mundo en 2005–, Sony
Classical presenta aquí una curiosa aportación –no por lo original de la
misma, sino por las lecturas que se acometen en la misma– que muestra
fragmentos instrumentales y vocales –estos en menor medida– extraídos de
algunas de las principales obras para la escena de Rameau: Les Fêtes d’Hébé, Zoroastre, Les Boréades, Les Indes galantes, Platée,
Naïs, Hippolyte et Aricie, Dardanus
y Castor et Pollux.
Los
protagonistas son la orquesta y coros barrocos MusicAeterna y el director Teodor
Currentzis. Cualquier que conozca el hacer previo de conjunto y director
sabrá por dónde pueden ir los derroteros. Si por algo se caracteriza el
director griego es por su extrema visión de los repertorios que interpreta.
Para Currentzis siempre parece muy poco lo que hay en las partituras, lo que le
lleva, con mucha frecuencia, a lecturas desmedidas en las que la búsqueda del
efecto antes que el afecto parece ser la premisa fundamental. The
Sound of Light, así titulan el álbum, a través del que Currentzis
muestra su aportación a la música de Rameau, que define de la siguiente manera:
El fenómeno más extraordinario en la
vida es la luz. Nos da aire, vida y amor. Entonces, ¿Cómo explicaría a alguien
que no conoce el sol, lo que es la luz? Le pondría música de Rameau. Estaba tan
adelantado a su tiempo que para comprender la frescura y la visión auténtica de
su música, tienes que apartarte de la concepción común de cómo se supone que
debemos tocar esta o aquella música – «¡Ah, Barroco francés! Ah!». Por supuesto
que puedes sentir el perfume del periodo barroco, los distintos sabores del
aire del siglo 18. El mobiliario, los sueños rotos, los eventos
fantasmagóricos, los fuegos, la pasión… Pero «Barroco» es sólo un término
histórico, con el que se describe universos de sonido completamente diferentes
entre sí. No estoy intentando producir el sonido barroco más «auténtico».
Quiero ir más lejos y encontrar esas partes de mí mismo que todavía no conozco.
Entrar
a debatir las ideas que en él origina la música del francés sería un ejercicio
un tanto inútil –a pesar de que no comparto varias de sus premisas–, puesto que
es lícito que cada intérprete posea una percepción propia de la obra de un
artista. Lo que sí pasaremos por nuestro análisis es la manera en que plasma
estas ideas en la praxis performativa. Y es que el gran problema que nos viene
a la mente al terminar de escuchar este registro es que acabamos de oír música
gloriosa de Rameau, sin duda, pero que en realidad no termina de sonar a
Rameau. Y esto no suele pasar, obviamente no con las versiones de conjuntos
franceses, pero tampoco con conjuntos foráneos a la patria del de Dijon. La
pasión, la luz y el color francés son, por supuesto, conceptos compatibles que
pueden encajar –de hecho en otras versiones lo hacen– de manera fantástica. Sin
embargo, cuando uno escucha este disco tiene la sensación de que las cosas no
fluyen de manera natural, sino que gran parte de lo que sucede es absolutamente
forzado. Y es una verdadera lástima, porque los intérpretes están perfectamente
dotados para poder realizar versiones con un fundamento razonable y cuyo
resultado final sea mucho más consecuente con la música que hay detrás.
Las
partes vocales llevadas a cabo por la soprano Nadine Koutcher resultan tan contrastantes que por momentos no
parecen interpretadas por la misma cantante. Por un lado resultan tan ajenas a
la música de Rameau que casi parecen una caricatura. El exceso, ese es el
problema. La escena de la Folie –Platée,
acto IV, escena II– tiene, sin duda, una componente cómico importante, pero no
por ello se debe caer en el dislate humorístico carente de todo sentido. No
posee, además, un bello timbre, y su registro parece hacerse más y más limitado
por momentos –escúchese su participación en el dúo Forêts paisibles, de Les
Indes galantes, junto al bajo Alexei
Svetov–. Algo mejor en la delicadísima aria de Hippolite et Aricie, Temple
sacré, séjour tranquille. Por otro, sin embargo, es casi etérea, y su
capacidad expresiva su torna descomunal, especialmente en la subyugante aria Tristres apprêts, pâles flambeaux, de Castor et Pollux, en la que muestra un
dominio apabullante de las dinámicas bajas, el fiato y la capacidad para el legato
expresivo. Si no consiguen emocionarse en ese momento, realmente no lo harán
con nada.
El
concurso de MusicAeterna es realmente muy bueno. La orquesta barroca siberiana
posee una sonoridad realmente brillante. Son muy capaces técnicamente, lo que
facilita muchos aspectos en una música tan compleja en lo rítmico y lo armónico
como es la de Rameau. Es un conjunto con muchas posibilidades, destacando
especialmente su capacidad para aunar fuerzas en una misma dirección. El feedback entre los miembros parece –al
menos así lo sugiere la sonoridad– realmente total. Sus posibilidades son
enormes, como así lo demuestra su facilidad para adaptarse en cuestión de
compases a dinámicas, agógicas y caracteres absolutamente extremos. Excelente
el trabajo de Afanassy Chupin al
liderar una sección de cuerda numerosa con un sonido muy homogéneo y límpido.
El
principal problema en las interpretaciones reside, a mi entender, en la
concepción que de la música de Rameau tiene Teodor Currentzis. Ya decimos que a
estas alturas esto ya no sorprende, no para aquellos que hayan escuchado lo que
ha hecho anteriormente con música de Henry Purcell –del que ha dicho que su
producción está más cerca de la música sufí que del Barroco inglés– o Wolfgang
Amadeus Mozart. En cierto modo es un provocador, cuya búsqueda constante de lo
extremo es lo que, en mi opinión, le ha llevado al éxito. Lo que sucede es que
hay música y obras que aceptan mejor que otras la transgresión. La de Rameau,
por muy luminosa y moderna que resulte –estoy de acuerdo en ello–, no lo hace.
Y es que uno no puede plantearse su música, repleta de hondura expresiva y
reflejo de un carácter genial, como algo ora liviano, ora atormentado. El
contraste desmedido no funciona. Añadir algunos instrumentos ajenos a la
orquesta «rameauniana», como son el laúd y el arpa, puede resultar un
experimento interesante desde el punto de vista tímbrico, pero hace que pierda
fuerza dramática si se utilizan en momentos inadecuados –quitar el apabullante
acompañamiento del fagot en Tristes
aprêts para añadir el arpa aporta un color novedoso, pero le resta mucha
emoción, al que, por otra parte, es el mejor momento de todo el disco–. Además,
la inclusión de fragmentos ajenos a la obra original –transiciones, acordes
finales, incluso clusters– es sin
duda la peor de las consecuencias a las que nos lleva la concepción del
director griego. Cuando uno busca la expresión por medio de esos recursos, o
con la aceleración o ralentización extrema de los tempi, no da la sensación al oyente de que se está intentando
sorprender, sino más bien que o el conocimiento sobre la obra interpretada es
escaso –lo que no nos gustaría creer–, o que se busca el camino de la falsa
emoción por el sendero más fácil.
Grabado
en 2012, pero publicado ahora como aportación a los fastos «rameaunianos», con
un trabajo de grabación muy bueno por parte de Nicolas Bartholomée y Damien
Quintard –aunque en algunos momentos privilegia en exceso los graves–, y un
diseño elegante y original, nos deja algún destello de calidad, pero no
consigue fascinar merced a unos planteamientos ajenos a la obra de Orphée-Euclide que terminan por deslucir
el registro, casi como si de Les Boréades
se tratase y no hubiese vencido lo apolíneo, sino la obscuridad de los vientos
del norte.
Publicado en Doce Notas el 05-XI-2014.
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