viernes, 14 de noviembre de 2014

«Un Monteverdi...» | Crítica, para Codalario, del «Vespro della Beata Vergine» que Alarcón firma en Ambronay

Un Monteverdi apasionado
Los conjuntos centroeuropeos presentan una lectura muy mediterránea de la impresionante obra sacra de Il divino Claudio.

Vespro della beata Vergine. Música de Claudio Monteverdi. Céline Scheen, Mariana Flores, Fabián Schofrin, Fernando Guimarães, Zachary Wilder, Matteo Bellotto, Víctor Torres, Sergio Foresti • Choeur de Chambre de Namur • Cappella Mediterranea | Leonardo García Alarcón. Ambronay Éditions, 2 CDs [AMY041], 2014. T.T.: 87:36.


     Ningún compositor tiene la certeza –aunque quizá sí aspire a ello– de que su obra va a permanecer incorruptible al paso de los siglos, y mucho menos que va a ser observada por las generaciones venideras casi como un objeto de culto. El caso de Claudio Monteverdi [1564-1643] es uno de los paradigmáticos en este sentido. Muy pocos compositores hasta el siglo XVIII han sido vistos de la manera en que su música es apreciada hoy en día. Sus óperas se veneran como lo que fueron, auténticas genialidades que dieron la vida al género dramático-musical por excelencia; siendo sus madrigales asimilados como la cima del género. ¿Y qué hay de su música sacra? Pues sin duda sus dos inmensas colecciones –tanto por su inagotable genio como por su extensión– suponen, del mismo modo, uno de los puntos culminantes en el desarrollo de la música religiosa en la Europa barroca. Si bien su Selva Morale e Spirituale [Venezia, 1640] no ha tenido tanta fortuna en el ámbito discográfico –a pesar de ser una colección absolutamente impresionante–, su Vespro della beata Vergine [Venezia, 1610] es una de esas piezas que prácticamente cualquier conjunto quiere interpretar y grabar al menos una vez a lo largo de su carrera. En la edición de 1610 –realizada por el editor Ricciardo Amandino– la colección aparecía impresa junto a su Missa In illo tempore a 6, compuesta en un claro y fascinante stile antico, apareciendo primero la misa y después las diversas piezas para las vísperas, esto es, para ser interpretadas durante las diferentes horas del Oficio Divino. Todas las piezas se albergaron bajo el título de Sanctissimæ Virgini Missa senis vocibus ac Vesperæ pluribus decantadæ, cum nonnullis sacris concentibus, ad Sacella sive Principum Cubicula accomodata. Es bien cierto que la misa ha sido grabada en muchísimas menos ocasiones que estas vísperas, quizá por su estilo arcaizante y porque realmente el Vespro «monteverdiano» tiene algo de especial que engancha tanto a intérpretes como a oyentes. Quizá sea su fascinante mezcla de elementos renacentistas y barrocos; su, en cierta manera, fastuosa plantilla vocal e instrumental; lo genial de su estructura; su escritura rítmica tan atractiva; o especialmente que lo enigmático de la misma supone para el intérprete un ejercicio de cierta libertad performativa al cual es casi imposible resistirse. La primera edición de 1610 sorprende por lo descriptivo de sus indicaciones, con siete partes impresas para cada una de las voces, además de los instrumentos correspondientes: cantus, altus, tenor, bassus, quintus, sextus septimus, viuolino [sic] da brazzo, cornetto, viuola [sic] da brazo, trombone, contrabasso da gamba, además de un parte final denominada bassus generalis, que no es sino la parte dedicada al órgano para acompañar en el bajo todas las piezas. A pesar de lo detallado de las indicaciones, el Vespro della beata Vergine es una de las obras en las que más versiones divergentes se pueden escuchar, especialmente en cuanto al uso de los cantores solistas y el coro. La premisa principal, como bien atiende a ella Denis Morrier –gran especialmente en Monteverdi– en las notas críticas, es la distinción habitual en la época entre coro favoriti –cantores solistas– y coro ripieni –los que rellenaban partes que requerían mayor sonoridad–, aunque esto no restrinja en absoluto la libertad interpretativa. Es por eso que podemos escuchar versiones mucho más corales, mientras que otras ceden un mayor peso a los solistas. 

     La presenta grabación, llevada a cabo al auspicio del Centre culturel de recontre d’Ambronay, a través de su sello Ambronay Éditions, es una de las que apuesta por el equilibrio entre ambos cori, dando relevancia a los solistas, pero dejando un peso considerable al coro «grande». Cuando uno graba una obra como esta, en la que ya está dicho prácticamente todo, contando además con versiones de la mayoría de los grandes intérpretes en el terreno de la música barroca, tiene que estar muy seguro de que el nivel cualitativo que va a ofrecer será muy alto, al menos equiparable al de los grandes, pero también que puede ofrecer algo al público que no haya escuchado previamente –con lo harto complejo que esto es. No son muchos los que consiguen ambas cosas. Sin embargo, el presente registro, capitaneado por Leonardo García Alarcón, sin duda uno de los directores de moda, sí consigue hacerlo.

     Al frente de un conjunto de solistas vocales de calidad contrastada, como son las sopranos Céline Scheen y Mariana Flores, el contratenor Fabián Schofrin, los tenores Fernando Guimarães y Zachary Wilder, los barítonos Matteo Bellotto y Víctor Torres, así como el bajo Sergio Foresti, quienes rinden, por lo general, a un nivel muy alto –especialmente las voces femeninas [Scheen y Flores constituyen una dupla fabulosa]. Es a veces un poco molesto la tendencia de las voces masculinas a obscurecer sobremanera el sonido, sobre todo en algunos pasajes que requieren de una emisión más diáfana para la consecución de una línea más elegante y límpida.  

     Desde mi punto de vista, para la interpretación de unas buenas «vísperas monteverdianas» lo que realmente hace falta, por encima de todo, es un buen coro. Y a fe que el Choeur de Chambre de Namur lo es. Tiene, además de una calidad vocal más que probada, una capacidad enorme para asumir como propios todos los repertorios que interpreta, una maleabilidad expresiva que le convierte en un conjunto envidiable. En los últimos años es, sin duda, uno de los mejores coros del panorama mundial. Y tiene una especial simbiosis con el director argentino, lo que hace que toda colaboración entre ambos sea siempre un éxito. Punto a favor de la grabación la inclusión de algunas antífonas gregorianas, interpretadas con gran calidad –y un toque que a algunos puede recordarles a un tal Mercel Pérès– por algunos de los cantores del coro, bajo la dirección de Lionel Desmeules –quien firma, además, unas interesantísimas notas sobre el Vespro en la liturgia.

  Pero de poco sirve un coro de calibre si no existe un conjunto instrumental que pueda apoyar las partes cantadas al mismo nivel. Cappella Mediterranea lo logra con elevada nota. A pesar de su relativa juventud, el conjunto –con sede en suiza– se ha convertido ya en una referencia en muchos repertorios. Para la ocasión, se cuenta con dos violines barrocos –fantásticos en sus partes solistas–, tres cornetti, dos piffari –solo para el Quia repexit–, dos flautas de pico, tres sacabuches, una viola da gamba, un contrabajo barroco y violone, dos laúdes, clave, un violoncello barroco, una viola barroca, un arpa doppia, fagot barroco y órgano. Como se ve, una nutrida plantilla instrumental que aporta un colorido tímbrico fastuoso a la grabación. Gran concurso el de todos los instrumentos, destacando, por su importancia y fabulosa sonoridad, a los «ministriles» de turno, además de al poderoso y variopinto continuo que sostiene, con solvencia extrema, todo la arquitectura «monteverdiana».

     Leonardo García Alarcón es, sin duda, un director inteligente, además de un buen conocedor de repertorios muy diversos. Pocos como él actualmente son capaces de abordar música de período y estilos tan divergentes consiguiendo siempre un estándar de calidad tan alto. Un vistazo a su discografía lo dice todo. Especialmente dotado para la música con una carga dramática y expresiva importante, sus interpretaciones de compositores mediterráneos es probablemente lo más granado dentro de su, repetimos, exquisita discografía. Es capaz de presentar un Monteverdi tremendamente cálido, apasionado, muy expresivo. Además, las articulaciones se acentúan, la dicción de los cantores se clarifica, se apuesta por la expresión por medio del contraste, de la exageración bien entendida del tempo, de la métrica, de la proporción de la figuración. Su gran cualidad, si solo tuviéramos que destacar una, sería la de conseguir aglutinar tantos caracteres distintos, provenientes de músicos de nacionalidades aparentemente sin nada que ver en común, para acercarnos la obra de «Il Divino Claudio» de una manera sureña –en la mejor de las acepciones del término–, alejada un tanto de las visiones más etéreas y nórdicas que pueden encontrarse entre la profuso discografía disponible de estas obras.

     Sin duda una gran lectura, un Monteverdi más cercano –al menos para los de ciertas latitudes–, que si bien no diremos redescubierto, sí que al menos revisitado de una manera novedosa. Un disco, con el diseño moderno habitual de Ambronay Éditions, que se convierte en una referencia entre las versiones existentes de tan magna colección sacra. Quizá no les ganen con las primera escucha, pero si vuelven a darle otra vuelta en su reproductor comenzarán a engancharse, y de ahí pasarán a escucharlo de nuevo, y después otra. La música de Monteverdi es de una genialidad inconmensurable, por ello se agradecen escuchas como estas, que llegan de manera directa a las entrañas del oyente. Touché.

Publicado en Codalario el 21-X-2014.

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