sábado, 11 de febrero de 2012

Se fueron las manos de BACH

   El pasado 16 de enero el mundo de la música antigua recibía una de las peores noticias que se le podían dar: había fallecido Gustav Leonhardt. El maestro holandés no era solo un clavecinista más, era el gran clavecinista; no era solo un maestro, el maestro de maestros; no era solo un músico, era un músico de músicos.


   A sus 83 años, todavía permanecía en él esa pasión por la música, por el órgano, por el clave, por BACH... Músico, intérprete, musicólogo, organista, clavecinista, director -"solo si consigo subir los brazos"-, pionero..., era la gran figura clavecinística del siglo XX, el maestro al cual el resto de intérpretes veneraban, del que aprendían y al que querían parecerse.

   Forjó su carrera tras terminar sus estudios en la Schola Cantiorum Basiliensis y ya desde la década de 1950 comenzó su fulgurante ascenso. Una de las grandes figuras pioneras en el movimiento historicista, fue responsable -junto a Nikolaus Harnoncourt- de grabar la primera integral de cantatas bachianas con criterios historicistas. Eso fue solo el comienzo.

   Los que hemos tenido la suerte de admirarlo en directo hemos sido siempre conscientes de que no estábamos ante uno más, sino ante el más grande. Yo he sido afortundado cuatro veces y he podido comprobar sus múltiples facetas. Aún recuerdo la primera vez que pude verlo en directo, tocando un precioso clave en un pequeño salón del Hostal de San Marcos (León). Recuerdo la ilusión que tenía al estar allí -siendo solo un adolescente que lo adoraba- y cómo me sentí durante el concierto. Al final, esperaba nervioso para conseguir un autógrafo del maestro y así fue, me firmó sonriente, humilde y aparentemente complacido ante mis recurrentes y nerviosas felicitaciones.
Pero también pude disfrutar de él como organista -en un recital dado en un magnífico órgano Echevarría conservado en la Iglesia de Santa Marina la Real (León)- y en su  faceta de director, ante la Orchestra of the Age of Enlightenment, con obras de BACH y una suite orquestal de Jean-Philippe Rameau -Zoroastre-, que fue la gran culpable de mi furor rameauniano desde entonces hasta ahora.
La última vez que pude disfrutar de su arte fue el pasado año, en Oviedo, uno de los últimos recitales que daría en España, y que como es habitual, me dejó conmocionado durante días.

   Ver y escuchar a Leonhardt se escapa de lo normal. Su pasividad, hieratismo y aparente distancia con la música son solo una mera fachada, posible herencia de su carácter norteño, que esconden, sin embargo, una estructura apasionada, sensible, elagante, delicada. En él todo es puro sentimiento y expresividad. Su conocimeinto de la música excede todo lo superficial y su dominio de las estructuras, el lenguaje, la retórica, etc., hicieron de él un gran genio del teclado.

   No quiso sobrepasar la barrera del siglo XVIII -al contrario que muchos de sus colegas- y su dominio del teclado barroco llegó a prácticamente todos los ámbitos posibles: música alemana, francesa, italiana, inglesa, española y BACH, siempre BACH. Acerca de su relación con el Kantor, decía el propio Leonhardt: "Bach es el más grande de todos. Mi admiración por él no para de crecer y jamás se apaga, a pesar de que pase el tiempo. No sabría cómo explicarlo. Es un gran misterio, el misterio de Bach". Y así fue como quiso despedirse. Al contemplar su último recital, realizado en el Théâtre des Bouffes du Nord (Paris) -que puede verse completo aquí-, vemos a un Leonhardt cansado, con sus peculiares "semiguantes", posiblemente consciente de que su final se acerca y prácticamente decidido a dejar que sus manos descansen finalmente tras cincuenta años de trabajo, trabajo amable, apasionado y agradable.

   Y así se desarrolló ese recital, como el resumen de toda una vida, el final que se espera con la calma del que se sabe satisfecho, pues ha dedicado toda su vida al más noble arte de cuantos existen, interpretando música alemana, inglesa, francesa y BACH, siempre BACH. La última obra que Leonhardt legara a este mundo no podía ser de otro. Por eso, cuando uno se encuentra frente a Leonhardt, sus manos, su espíritu y esa variación 25 de las variaciones Goldberg, vuelve a sentir que está ante un momento inigualable, un diálogo de genio a genio, de dos seres que serán inmortales, que vivirán en nosotros para siempre, en todo aquel que se emocione con la música.

   Mueve la cabeza, inspira, no duda, siente, expresa, descansa... expira.

   Pocas palabras caben ya. Solo escuchar, disfrutar, emocionarse, llorar, reír, vivir... vivir como él vivirá siempre en todo aquel que lo haya escuchado, en todo aquel lo guarde en su memoria, en todo aquel que escuche una de sus grabaciones para sentirse mejor, en todo aquel que se supo afortunado de presenciar a un genio, a alguien que pasó por el mundo para hacerlo indudablemente mejor. Quizá las mejores palabras posibles sean las que muchos de los compositores del Renacimiento utilizaron para expresar el dolor ante la pérdia de alguien querido y admirado. Así sea...

Versa est in luctum cithara mea,
et organum meum in vocem flentium.
Parce mihi Domine,
nihil enim sunt dies mei.



2 comentarios:

Luís Henriques dijo...

Indeed Mário. One of the best keyboard players I have ever heard. Not only Harpsichordist but also organist. First recording I heard of Leonhardt was a double-cd of chorales and fugues by Johann S. Bach. At the time (I was about 13, I guess) I didn't have an idea of who he was :) Even today I still listen to that cd, being the Toccata and Fugue in d minor played by him, one of my favourite versions.

Best wishes,
Luís Henriques

a.r dijo...

Hi Mario,
your words about Gustav are very beautiful and even him would possibly could agree with you. But he would be so sad if he would see the video of is last recital in Paris. This would truly made him very very upset .
Mabe you could remove it from your page. Doing that you would pay him the best tribute possible.
Thank You
AR