Glossa obtiene nuestro Sello de Calidad Codalario por esta impresionante recuperación patrimonial de primer nivel, que rescata del olvido una extraordinaria ópera en el Année Rameau
y que pone de manifiesto la inmensa talla del autor francés, de la mano
de un plantel de solistas de que aúna experiencia y talento, junto a
uno de los conjuntos y directores franceses más capacitados para su
música.
Les Fêtes de l’Hymen et de l’Amour. Música de Jean-Philippe
Rameau. Chantal Santon-Jeffery, Carolyn Sampson, Blandine Staskiewicz,
Jennifer Borghi, Mathias Vidal, Reinoud Van Mechelen, Tassis
Christoyannis, Alain Buet • Le Concert Spirituel | Hervé Niquet. Glossa,
2 CD | Libro-disco edición deluxe [GES 921629-F], 2014. T.T.: 114:24.
Todavía se dejan sentir los ecos de la efeméride «rameauniana» que tuvo
al 2014 como auspicio de multitud de eventos musicales de primer orden,
especialmente en el terreno de los conciertos y las grabaciones
discográficas, y que todavía se dejará notar con fuerza en este 2015 –se
estrenó el año con una grabación de Les Fêtes de Polymnie, y están por venir nuevas grabaciones de Le Temple de la Gloire, Zaïs y Castor et Pollux
en su versión de 1754–. Este que presentamos es uno de los últimos
discos aparecidos en aquel aparentemente ya lejano 2014. La importancia
del mismo solo puede comprenderse desde el punto de vista de lo que
supone grabar por primera vez una obra que lleva sin interpretarse desde
el siglo XVIII, pues contó con considerable éxito –gozó de 150
representaciones a lo largo de unos treinta años que se mantuvo en
cartel–, pero sobrepasado 1776 no se volvió a interpretar hasta el 2014.
Esta Les Fêtes de l’Hymen et de l’Amour ou Les Dieux d’Egypte fue concebida por Jean-Philippe Rameau [1683-1764]
como una opera ballet-heroïque –uno de tantos subgéneros para la escena
de la fecunda ópera barroca francesa– en tres actos y un prólogo, para
quien contó como libretista con Louis de Cahusac, aquel con quien más colaboró en su carrera. Creada en el año de 1747, constaba en primera instancia de tres entrées: Osiris ou les Amazones, Canope y Arueris ou les Isies, que aparecieron bajo el título genérico de Les Dieux d’Egypte,
la cual previsiblemente se iba a estrenar en la Académie Royale de
Musique. No obstante, las circunstancias del momento, con las inminentes
nupcias entre el Delfín de Francia con Maria Josepha Karolina Eleonore
Franziska Xaveria von Sachsen –la hija de Friedrich August II, Elector
de Sachsen–, hicieron que el destino de la obra cambiase, añadiendo para
la ocasión un prologue y se cambió el nombre inicial por el de Les Fêtes de l’Hymen et de l’Amour ou Les Dieux d’Egypte, estrenándose en la escena de la arena de la Grande Écurie de Versailles el 15 de marzo de 1747.
El resultado definitivo se concibe para ocho
sopranos [dessus], cinco tenores agudos [haute-contre], un tenor grave
[taille] y tres bajos [basse], y se estrena de manera oficial en el
mundo operístico en la Académie Royale de Musique
[Paris] el 25 de noviembre de 1748 –no sin la inestimable colaboración
de la Marquesa de Pompadour–. Cahusac estructura la obra en torno al
tema egipcio inicial, pero dando relevancia al triunfo amoroso que
sostiene la causa para la que fue modificado. Es capaz de aportar una
serie de elementos que hacen de este ballet una muestra pionera en el
mundo de la escena francesa del momento, pues Cahusac no se detiene en
lo habitual, sino que se transita por el terreno de la experimentación
en el tratamiento de la danza, los coros o el uso de la maquinaria.
Especialmente interesante resulta la manera en que se introduce la danza
en un libreto repleto de didascalias –indicaciones al margen– que
presentan los fragmentos danzados –denominados por él como ballets figurés–, que no solo aportan colorido escénico, sino que se integra magníficamente y ayudan al desarrollo de la acción.
En lo musical también se trata de una obra de
magnitudes de genialidad, pues estamos ante una partitura de una calidad
superlativa, repleta de fragmentos vocales rebosantes de gracia,
elegancia, de una exquisita mezcla entre la ligereza italianizante y el
elocuente sabor francés. Rameau es capaz aquí de crear un genial sfumato en la línea que divide el aria y el recitativo, creando un discurso sonoro realmente fluido, un continuum
dramático y musical que da muestras de su genialidad. Los números de
conjunto son otra de las grandes aportaciones a la escena aquí, con un
desarrollo importante de los dúos [4], cuarteto [1], quinteto [1] e
incluso un sexteto –que supone el único caso en todo el corpus
operístico de Rameau–. Los coros son de lo mejor de la obra, concebidos
dentro del habitual estilo y genialidad en que Rameau los concibe –no
obstante es el gran maestro del coro operístico en la historia de la
ópera francesa–, se convierten –por gracia de Cahusac– en un elemento
protagonista de la acción, comentando la acción con una fascinante
coherencia dramático-musical. Todo ello se adereza con una serie de
fragmentos instrumentales que aportan colorido, brillantez y densidad
orquestal a la pieza, comenzando por la ouverture, que rebosa
luminosidad y en la que se aprecia gran carga del elemento rítmico y en
la que se nos muestra con claridad cuáles serán los parámetros por lo
que Rameau hará transitar a la plantilla orquestal durante la obra:
delicadeza y tersura en la cuerda, diafanidad y dulzura en las maderas, y
contundencia y liderazgo en el continuo.
Por todo lo señalado hasta el momento estábamos,
ante la ausencia de representaciones y una grabación en la actualidad,
ante un verdadero crimen artístico. Parece incomprensible que hasta el
2014, y agradezcamos el auspicio de los fastos por la efeméride
«rameauniana» –que de no haber sido así quién sabe hasta cuándo
tendríamos que haber esperado–, no existiese grabación alguna de esta
magna obra. Puede que no estemos ante una obra de la intensidad y
genialidad dramática de Castor et Pollux o Hippolyte et Aricie, ni ante la fascinante comicidad de Platée, o ante el tratamiento innovador y tremendamente psicológico de Les Boréades, pero sin duda esta Les Fêtes de l’Hymen et de l’Amour es una obra que muestra sin ambages la maestría y el talento para la escena de un Rameau ya muy maduro.
Afortunadamente, como decimos, el Année Rameau
ha servido para rescatar del ostracismo las pocas obras que aún
quedaban sin grabar de su catálogo. Esta obra en concreto sirvió como
apertura oficial de la efeméride, cuando gracias a una producción del Centre de musique baroque de Versailles se llevaron a cabo una serie de representaciones de la misma en la Opera Royal du Château de Versailles
en febrero de 2014 –puede verse una de las representaciones íntegra en
el vídeo propuesto al final de estas líneas–. Los encargados de
trasladarla a la escena fueron una serie de cantantes de gran nivel,
cuya elección suponía una interesante mixtura entre conocimiento y
talento, entre juventud y experiencia, cuyo resultado es absolutamente
espléndido.
Es necesario destacar que todos los cantantes
multiplican sus roles para cubrir el amplísimo espectro propuesto por
Rameau en la obra y que hoy día hace casi imposible plantearse con un
cantante para cada uno de ellos. Por un lado, las cantantes femeninas
lucen espléndidas sin excepción. Excelsa resulta la dupla de sopranos
compuesta por Chantal Santon-Jeffery y Carolyn Sampson,
de brillante registro agudo, expresividad y adaptación fantástica a los
personajes y gran conocimiento de la vocalidad del barroco francés. La
también soprano Jennifer Borghi y la mezzosoprano Blandine Staskiewicz
adoptan los roles compuestos para bas-dessus –soprano de registro menos
agudo–, cumpliendo de manera notable, aunque quizá un punto por debajo
de las dos anteriores –a veces algo tirantes en la zona superior y con
un vibrato algo desmesurado en ciertos pasajes–. Por su parte, el
cuarteto masculino se divide los nueve papeles de la ópera, brillando
especialmente los dos haute-contre: Mathias Vidal y Reinoud Van Mechelen –actualmente dos de los cantantes más requeridos para este repertorio–,
que solventan con relativa facilidad y naturalidad las siempre
exigentes y técnicamente complejas escrituras para los tenores agudos.
Vidal es un tenor más natural –aunque sufre a veces en las partes más
exigentes del agudo y su registro medio tiende a veces a una sonoridad
algo entubada–, mientras que Mechelen posee un timbre más redondo,
aunque a veces tiende a obscurecer en exceso. Los roles graves quedan de
parte de los barítonos Tassis Christoyannis y Alain Buet,
que cumplen bien con sus no demasiado largos y exigentes roles. Destaca
la fluidez en la línea de canto del griego, contenido y convincente en
lo dramático, mientras que el francés es un cantante de mayor peso
vocal, que viene bien en este caso para su rol de Le Grand-Pêtre, aunque
a veces resulta demasiado pesante.
El apartado coral resulta realmente fabuloso en las voces del Choeur de Le Concert Spirituel,
que cuenta para la ocasión con 25 excelentes voces que muestran su
sobrado conocimiento y perfecta adecuación al terreno del barroco
francés, donde se presentan como uno de los grandes especialistas a
nivel mundial. Fantástica sonoridad y carácter en una escritura coral
compleja en lo técnico y lo dramático.
En cuanto a los instrumentistas de Le Concert Spirituel,
poco se puede decir a estas alturas que no se sepa ya de quienes son
una de las mejores orquestas barrocas del mundo en cuanto a la
interpretación del repertorio del Grand Siècle se refiere. Se
cuenta aquí con la formación de gala, con una cuerda contundente
[violines barrocos primeros y segundos con 5/5; 3 hautes-contres de
violon; 3 tailles de violon; 4 violonchelos barrocos; y 2 contrabajos
barrocos], que resulta de una sonoridad depuradísima, con un empaste, un
dominio de la sonoridad conjunta y un feedback sobresalientes, comandados con sapiencia por la gran Alice Piérot.
Mención especial merecen las maderas, por lo imprescindible de su papel
aquí y por lo que bien que lo cumplen. Cuatro traversos barrocos –que
lidera el talentoso Alexis Kossenko–, cuatro oboes barrocos –Héloïse Gaillard
al frente– y cuatro fagotes barrocos –¡qué fascinante es siempre la
escritura de Rameau para este instrumento!–, son los encargados de
aportar el toque de elegancia y dulzura tan evocadores y subyugantes a
los que el de Dijon nos tiene acostumbrados. Exquisito, por lo demás el
aporte del continuo con Tormon Dalen al chelo barroco, los graves poderosos de Luc Devanne y Marie-Amélie Clément y el fantástico desarrollo en el clave de Élisabeth Geiger y François Saint-Yves.
Al frente de esta masa sonora está alguien como Hervé Niquet,
uno de los grandes cuando se trata de llevar a buen puerto obras de
Charpentier, Lully, Desmarest, Boismortier, Campra, Marais o el propio
Rameau. Firme al mando, aúna a la perfección la contundencia sonora con
la expresión dramática. El francés no es un director muy dado a la
ligereza, pero es que esta obra es menos ligera de lo que puede parecer a priori,
por lo tanto, el resultado obtenido resulta absolutamente convincente.
Deja a los cantantes desarrollar su línea con fluidez, pero sin que esto
afecte a la firmeza rítmica, para él fundamental, lo que confiere a la
partitura una sensación de naturalidad contenida, sin concesiones que
desmerezcan la escritura musical en aras de una supuesta expresividad
mal entendida. Confiere a cada sección el espacio necesario, conjugando
inteligibilidad y equilibrio de manera sobresaliente.
Estamos sin duda ante un evento discográfico de dimensiones fastuosas, y Glossa,
magnífico conocedor del panorama y mostrando de nuevo su inteligencia
de mercado, ha sabido generar un objeto artístico de primer orden,
especialmente en esta edición libro-disco limitada de 2000 ejemplares
generada para el público francés, con una presentación impresionante,
que contiene una serie de cuatro textos escritos con el máximo rigor por
cuatro especialistas: Patrick Florentin, Thomas Soury, Sylvie Bouissou y Benoît Dratwicki,
que sirven para ahondar en el conocimiento sobre esta obra, sobre la
relación de Rameau y Cahusac, o sobre su figura como compositor real. Se
añade la correspondiente sinopsis, además del libreto y todos los datos
necesarios, contando además con numerosas y fantásticas imágenes. La
presentación, a cargo del gran Valentín Iglesias, y una toma de sonido excelente –trabajo impecable de Manuel Mohino–, cierran un registro fundamental, que Carlos Céster
ha sabido hacer extensivo al mercado internacional con una edición
menos lujosa, pero repleta de la calidad habitual a la que la marca
escurialense nos ha bien-acostumbrado a lo largo de los años.
Cuando uno escucha esta música siente felicidad.
Rameau es un inigualable creador de atmósferas, un dador de luz, un
estratosférico talento, alguien capaz de hacer remover lo más profundo
de uno con sus armonías, su dominio del color orquestal y su tratamiento
vocal. Un auténtico regalo de la humanidad que ahora se nos presenta
aquí de la mejor forma posible. Un disco –pero mucho más– imprescindible
para cualquier apasionado de la buena ópera, pero también para
cualquier que disfrute con la música de calidad, aquella que le hace a
uno ser feliz.