sábado, 21 de diciembre de 2013

El Vivaldi más... [crítica, para Doce Notas, del disco que La Risonanza y Bonizzoni dedican a esta serenata vivaldiana]

El Vivaldi más francés
Bonizzoni y los suyos nos traen una nueva lectura de esta serenata vivaldiana, que muestra su lado más afrancesado.

La Senna festeggiante. Música de Antonio Vivaldi. Yetzabel Arias Fernández, Martín Oro, Sergio Foresti. La Risonanza – Fabio Bonizzoni. Glossa [GCD 92153].
 

  La Senna festeggiante RV 693, serenata a tre estrenada en Venezia el año de 1726, es, sin lugar a dudas, el mejor ejemplo creado por Antonio Vivaldi dentro de este curioso género profano del que tan solo se conservan otras dos muestras dentro de su extenso corpus compositivo. Etimológicamente proviene de sereno, que viene a hacer referencia al cielo claro, particularmente en la noche, lo que da una clara pista de que solían interpretarse al aire libre, al contrario de lo que sucedía con los géneros profanos «mayores». Además, como señala Michael Talbot, era un género extremadamente fugaz, pues solía interpretarse una única vez, como su carácter de obra de «circunstancia» le obligaba. Solía ser el centro de alguna celebración o festa, en la que se celebraba o conmemoraba algún acontecimiento relevante.

  En este caso concreto parece que la obra surge del contacto directo entre Antonio Vivaldi y Jacques-Vincent Languet, embajador de Francia en Venezia, que en su cargo gustaba de conmemorar la onomástica de su monarca, el día de San Luis –25 de agosto. El libreto fue escrito por Domenico Lalli, habitual colaborador del compositor veneciano, y en él se rendía tributo a tres autoridades a través de los tres personajes del mismo: Languet –anfitrión–, Louis XIV –rey y dedicatario de la obra en el día de su onomástica– y el cardenal Pietro Ottoboni –uno de los mecenas y personajes más influyentes en la música italiana en el XVIII. Así, la serenata se divide en dos partes –como era habitual en la época–, a través de las cuáles el trío protagonista se divide la participación en una serie de recitativos y arias de la misma importancia y número. L’Età dell’oro, La Virtù y La Senna componen este trío, los dos primeros buscando su felicidad perdida mientras vagan por un decadente paisaje, hasta que son acogidos por el benevolente Senna, que les conduce hasta su tan anhelada meta, llegando en la segunda parte hasta la figura del rey, al que alaban y glorifican con el mayor boato posible.

  Los dos folios finales del manuscrito conservado en la Biblioteca Nazionale Universitaria de Torino están desgraciadamente perdidos, por lo que Talbot optó por reconstruir dicho final utilizando material «vivaldiano», extraído concretamente de una serenata que este había compuesto un año antes.

  Que esta es la obra más alla francese del autor veneciano es algo que se hace evidente a la escucha, pero que queda además justificado teniendo en cuenta el origen de la misma. Sigue siendo una serenata italiana y el estilo de Vivaldi está presente de principio a fin de manera inexorable, sin embargo, algunos toques franceses pueden encontrarse en el uso bastante contundente de las figuraciones con puntillo, además de inflexiones de tipo melódico y armónico que nos recuerdan a dicho estilo. Destaca entre los elementos franceses la escritura desarrollada en la Ouvertur –la denominación de Giovanni Battista Vivaldi no da lugar a dudas– que abre la segunda parte de la serenata, en la que las voces de la fuga suben a partir del bajo y no descienden desde el primer violín, en una clara referencia a la obertura de tipo «lulliano». La ciaconna que subyace en el último movimiento es otra sutil referencia al estilo del Grand Siècle.

  La orquestación utilizada por Vivaldi destaca por la presencia de flautas y oboes como strumenti di rinforzo en varios pasajes, pero resulta bastante convencional y poco arriesgada en cuanto al uso de instrumentos solistas, ni siquiera entre los habituales, siendo la cuerda el acompañamiento más utilizado durante los 37 números. Lo habitual en la época en cuanto al instrumentario solía centrarse en una orquesta de cuerdas, en la que en raras ocasiones se acudía al uso del viento, por lo que, aún comedida, la plantilla de Vivaldi no resulta del todo reservada.

  En este registro los personajes solistas son desempeñados por tres habituales del canto histórico, buenos conocedores del repertorio italiano y asiduos colaboradores de Bonizzoni. La soprano Yetzabel Arias encarna a la L’Età dell’oro, y lo hace con presencia, con una línea de canto contundente, firme, con un bello timbre y mostrándose buena conocedora de la música «vivaldiana». Sin duda la mejor de las partes solistas de la grabación. Por su parte, el contratenor Martín Oro se encarna de dar vida a La Virtù, y lo hace cumpliendo su papel sin excesivos alardes; no es el suyo un timbre especialmente redondo, ni destaca por tener una técnica apabullante sobre todo en el registro agudo. Me temo que otros muchos de sus colegas pudieran haber cumplido con mayor solvencia. La Senna le está asignado a Sergio Foresti, cuya participación se desarrolla entre claroscuros. Hay momentos verdaderamente buenos –su registro agudo resulta poderoso y convincente–, y otros desconcertantes –el resulto grave es sombrío y desajustado–, destacando a veces un uso del vibrato desmesurado que llega a resultar molesto. Sin embargo es quizá el mayor actor de los tres, haciendo de su papel el más expresivo.

  La Rissonanza, que cuenta aquí con una plantilla de 16 instrumentistas, se erige como el gran pilar en el desarrollo del registro. Su capacidad de colores es muestra de un talento grande y un trabajo duro y ajustado. Fantástica la manera en la que saben hacer suyo ese sabor «vivaldiano» tan característico. Nos ofrecen un Vivaldi comedido, vital pero sin desmedidos tempi o contrastes antinaturales a los que otros nos tienen acostumbrados. El sonido conseguido por las cuerdas en límpido y terso, con un empaste fabuloso. Buen trabajo, además, el del continuo, sobrio pero siempre firme, aunque se echa de menos algo de cuerda pulsada, es cierto.

  El trabajo de Fabio Bonizzoni es soberbio en la dirección y en el clave. Conoce muy bien a Vivaldi, y no se deja llevar por su pasión y carácter italiano en una lectura «asalvajada», sino que trabaja siempre en aras de la elegancia, de la expresividad y la belleza sonora. A fe que lo consigue. 

  Una versión fabulosa de una obra de muchos quilates. Algunos de los momentos contenidos aquí son auténticamente gloriosos, así que no se la pierdan. Vivaldi es siempre vitalidad y energía en estado puro, aún en visiones más comedidas como esta. Además, el diseño siempre refinado al que nos tiene acostumbrados Glossa y unas deslumbrantes notas críticas, firmadas por nada menos que Michael Talbot –que pasa por ser el mayor experto en Vivaldi del mundo–, redondean un gran disco. Lástima de haberlo llevado casi a la perfección con una participación vocal más homogénea. No obstante, versión referencial de esta bella obra.

Publicado en Doce Notas el 16-XII-2013

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