miércoles, 18 de diciembre de 2013

Frutos de... [crítica para Codalario del concierto que La Grande Chapelle ofreció en León]

Frutos de la Musicología
La Grande Chapelle rinde por debajo de sus posibilidades en un discreto concierto inaugural del ciclo de Música Históricas leonés. 

León. Auditorio Ciudad de León. 11-XII-2013, 20:30. Entrada: 18 y 12 €uros.
Sones de ida y vuelta. IX Ciclo de Músicas Históricas de León. La Grande Chapelle - Albert Recasens. Programa: El alba sonora: villancicos de las catedrales de Guatemala y México. Obras de Tomás de Torrejón y Velasco, Antonio de Salazar, Diego Ortiz y anónimo.


  Si algo ha heredado Albert Recasens de su padre, el tristemente desaparecido Ángel Recasens, es su afán por desenterrar del olvido repertorio hispánico, el de poner en valor y justo punto algunos de los tesoros que duermen en archivos el mal llamado «sueño de los justos». Desde ese punto de vista es esta una labor incansable que nunca se le podrá agradecer lo suficiente. Sin embargo, y sorprendentemente, pues conozco bien el trabajo de dicho conjunto, considero que la defensa del programa resultó menos imponente de lo que cabría esperar.

  Comenzó el concierto con dos piezas de Tomás de Torrejón y Velasco [1644-1728] –célebremente conocido por la composición de la que es considerada como la primera ópera del Nuevo Mundo: La púrpura de la rosa [1701]: ¡Mírenle, mis señores!, villancico a 4; y Ave verum corpus a 4. Dos ejemplos absolutamente distintos dentro de la producción de este albaceteño que desarrolló su importante carrera en el Virreinato del Perú. El primero, fruto de la consagración que el género del villancico sufrió a lo largo de todo el siglo XVII y buen parte del XVIII, tanto en España, como en las diversas colonias que se encontraron allende los mares. De este modo, el autor limeño se consagró a su composición de una manera profusa, desarrollando en este corpus todo un muestrario de las técnicas hispánicas del género, pero introduciendo también algunos toques claramente italianizantes. Por otro lado, el motete a 4 que se interpretó en segundo lugar es un evidente ejemplo de las trazas del stile antico que aún eran visibles dentro de la producción de los compositores virreinales, a pesar de lo sobrepasado en lo temporal que estaba ya el Renacimiento.

  Le siguieron tres piezas de Antonio de Salazar [c. 1650-1715], este sí, absolutamente autóctono, que fue nacido en Puebla y que desarrolló su magisterio de capilla en la capital mexicana. Missus est Gabriel*, motete a 4, que es otro claro ejemplo de ese componer en la prima prattica –se evidencia en el tratamiento contrapuntístico e imitativo de las líneas, las típicas cadencias de corte «renacentista» o la delicadeza en el tratamiento vocal. A este le siguieron dos nuevos villancicos, también a 4: Si el agravio Pedro y La culpa y el amor de Pedro*, en los que se observa el tratamiento mucho más conservador de este compositor en el género, siendo más estricto en su fundamento estructural: estribillo-coplas, con el uso de proporciones mucho menos arriesgadas.

  Le siguieron dos piezas de Torrejón y Velasco: un bailete a 4, A este sol preregrino, y villancico a 2, Cuando el bien que adoro, contraste entre la algarabía del primero y el tratamiento más delicado y técnico del segundo. Sin solución de continuidad –a pesar de que en el programa estaba anunciada una pausa–, se interpretó una Recercada de Diego Ortiz, en la que la viola da gamba dio toda una lección de virtuosismo y preciosismo sonoro, a la par que esta intervención permitió a los cantores trasladarse a la parte posterior del escenario para acometer la interpretación de dos piezas de Salazar: O vos omnes* y Stabat mater*, ambas a 4. De nuevo el stile antico hacia su presencia en escena, en las que supusieron las obras más hondas y bellas del programa.

  Otra pieza instrumental, en esta ocasión una pavana anónima americana para tiorba a solo, dio la oportunidad de regresar a los solistas vocales al escenario, donde todos volvieron al género del villancico, también de la mano de Salazar y su ¡Hola! príncipes sacros* a 4, al que siguió la pieza a solo Luceros, volad, corred, de Torrejón y Velasco, en el que se despliega un estilo más innovador en el que la voz solista puede acercarse más a la estética del aria italiana que a la de corte hispánico. Digan quae est ista, villancico a 4*, un fantástico ejemplo de politextualidad, en el que la estructura pregunta-respuesta es la base de la pieza.

  En lugar del anunciado Vengan corriendo a solo, de Salazar, se interpretó una pieza instrumental: paradetas –en esta versión con arpa y guitarra barrocas– de Lucas Ruiz de Ribayaz, burgalés de nacimiento, que posteriormente viajara a Perú, y que es bien conocido por la composición de su Luz y norte musical para caminar por las cifras de la guitarra española y arpa, tañer, y cantar a compás por canto de órgano; y breve explicación del arte [1677]. El concierto lo cerraron cuatro pieza de Torrejón y Velasco: ¡Fuego, fuego!, villancico a 3; Si al alba sonora a 2 –evidente mezcla estilística entre lo hispánico, con el villancico, y lo italiano, con la cantada italianizante; Desvelado sueño mío, rorro a 7 –tempo pausado y delicadeza en aras de su carácter arrullador; para finalizar con Atención, «juguete» a 4, uno de esos géneros de corte festivo, en los que se daba rienda suelta al jolgorio y la teatralidad de los intérpretes –bien recreado escénicamente aquí.

  Sin ser la música más exquisita que se haya escuchado, sí que estamos ante piezas de un notable valor, ya no solo en lo puramente estético, sino musicológico, pues nos proporcionan datos vitales para comprender de manera global el tratamiento que de los géneros llevados de Europa se hacía en los virreinatos americanos. Gran trabajo, pues, de Albert Recasens en su recolección y transcripción –ayudado en las piezas en lengua vernácula por Mariano Lambea, del CSIC.

  No obstante, como decíamos al comienzo de estas líneas, debemos lamentar una discreta aportación desde el apartado interpretativo. Ninguno de los cantantes solistas brilló especialmente. La soprano María Eugenia Boix fue la más solvente en cuanto a lo técnico, aunque sus interpretaciones –sobre todo a solo–  resultaron impregnadas de un manierismo mal concebido que resultaba un tanto molesto; Lídia Vinyes [soprano], rindió siempre a la sombra de Boix, intentando destacar en los pocos momentos que tuvo, haciendo gala de un timbre no especialmente bello y ciertos problemas en el registro grave. Por su parte, el contratenor Gabriel Díaz– una de las promesas del canto histórico español– estuvo correcto, sin alardes, destacando por su timbre estable y no especialmente estridente –mucho que mejorar en el registro de pecho; Gerardo López fue, sin duda, lo peor de la noche, sobresaliendo por su artificial y engolada línea de canto, además de por un gusto dudoso en los pasajes a solo; Elías Benito fue para mí la mayor sorpresa, pues se mostró contenido, elegante, sobrio y muy sólido, rindió bien tanto en las partes más exigentes en lo agudo, como en los pasajes que requerían de mayor contundencia en los graves. Las partes de conjunto resultaron un tanto confusas, pues en general, pues las líneas no acababan de entender con la claridad deseada, y el texto se volvía ininteligible en muchos pasajes. Pequeños problemas de afinación se hicieron patentes en las piezas sin acompañamiento instrumental. No obstante, no todo fue negativo, pues también nos regalaron momentos en los que el disfrute por su parte era evidente y se proyectaba, con un sonido más conjuntado en todos los parámetros sonoros.

  El concurso instrumental estuvo mucho más equilibrado y brillante. Destacar especialmente la actuación de la violagambista Romina Lischka, impecable –salvo un momento concreto– en lo  técnico –impresionante su pieza como solista–, con un sonido siempre redondo, sin aristas, cumpliendo en su labor de continuo a la perfección. La acompañaron Charles-Edouard Fantin, a la tiorba y guitarra barroca, también exquisito en sus partes a solo y como continuista; y Maria Christina Cleary, al arpa barroca, que tuvo algunos desajustes en las piezas a solo, pero que en general estuvo cumplidora, sin demasiadas florituras.

  La dirección de Recasens no se destaca por su gesto, sino que es obvio que es un director de «trastienda», de los que su trabajo no destaca únicamente en el escenario. Trabajó por el refinamiento, sobre todo en las piezas de corte más arcaico, jugando muy bien con el contraste de matices –stile antico sí, pero siglo XVII más que avanzado–, consiguiendo momentos muy logrados en el equilibrio sonoro y la elegancia interpretativa. Conoce bien el repertorio y eso se nota, pues le aporta siempre un toque personal, contenido en el aspecto festivo y en el que se agradece especialmente la ausencia de esa percusión desmesurada que tanto molesta y a la que tantos grupos suelen adscribirse.

  En definitiva, un concierto discreto en lo interpretativo, que se libró gracias a lo interesante del repertorio seleccionado, pues las piezas marcadas con * eran recuperaciones y primeros estrenos en tiempos modernos. Animamos, desde aquí, a Recasens y su Grande Chapelle a seguir adelante, porque un traspié no marca una trayectoria, y estoy seguro de que tienen aún mucho que ofrecernos.

Publicado en Codalario el 13-XII-2013.

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