El director belga nos trae un espectacular registro dedicado a
la figura de William Byrd, uno de los mayores talentos de la Europa del
XVI, en una visión novedosa y exquisita que nos demuestra que estamos
probablemente ante el mejor coro del mundo.
Infelix ego. Música de William Byrd, Alfonso Ferrabosco y
Philippe de Monte. Collegium Vocale Gent | Philippe Herreweghe. Phi, 1
CD [LPH 014], 2015. T.T.: 49:49.
Está bien, lo confieso: me apasionan el Collegium Vocale Gent y
Philippe Herreweghe. Por eso, cada nuevo disco en el que se aproximan a
la polifonía del Renacimiento supone para mí todo un acontecimiento –ya
lo es cuando lo hacen con Bach y el Barroco, por supuesto–. Y qué
lástima que no lo hagan más a menudo. Su última incursión fue ese
descomunal doble álbum dedicado a los Responsorios de Semana Santa de
Carlo Gesualdo. Pero hay algo que convierte, más si cabe, a este disco
en un evento de suma importancia: supone el primer acercamiento
discográfico del conjunto a la figura del británico William Byrd
[c. 1540-1623], que es sin duda uno de los compositores más geniales en
la historia de la música europea del siglo XVI, y que si me preguntan,
considero desde luego como el mejor compositor británico de la historia,
así, sin ambages.
Compositor de interesante vida, supo mantener una
curiosa relación con la reina Elizabeth I, siendo él un probado y devoto
católico, además de recusante del protestantismo imperante en la época,
pero que merced a su talento musical y el gusto que por su obra tenía
la reina caminó por la cuerda floja durante toda su vida sin caerse.
Auténtico acróbata vital, Byrd vertió todos los sentimientos de
desasosiego, agobio y desconsuela espiritual por lo que le tocó vivir en
un corpus compositivo de auténtico genio, en la que los géneros más
desarrollados fueron los motetes y la misa latina –con todo lo que ello
conllevaba–.
Precisamente una de las tres misas que compuso, su Mass for five voices,
se graba aquí como pieza central. Sin duda, estas misas católicas
fueron una de las grandes aportaciones de Byrd a la música del período,
compuestas a tres, cuatro y cinco partes respectivamente, las cuáles
pueden fecharse entre 1593 y 1595. No es posible comprender el porqué de
la atención de Byrd hacia el ordinario de la misa sin observar el
contexto en que fueron creadas. Es precisamente gracias a esa relación
con John Petre, quien tenía su residencia en Essex muy cerca de la de
Byrd, que estas misas pudieron ver la luz formando parte de las
celebraciones secretas en residencias de este tipo, en las que
recusantes de cierto nivel se reunían para realizar oficios católicos y
en los que es muy posible se interpretasen estas misas, cuyas partes
altas podían ser cantadas incluso por mujeres. Las misas carecen de
nombre en su edición original, sin embargo, el nombre de William Byrd
aparece en todas y cada una de las páginas, una auténtica osadía si
consideramos la situación en la que se encontraba. Pero es que, además,
en Inglaterra no se componía una misa desde la década de 1550, cuando
Tallis escribió sus tres misas. Reinventó el estilo, comenzando por
componer sobre el Kyrie, cuando tradicionalmente no se hacía en
Inglaterra. Además se inspiró claramente en la música del continente,
aunque las frases son menos angulosas que las que encontramos en Europa,
con muchos saltos amplios e intervalos de séptima e intervalos mayores;
además, el texto realmente no es fundamental en la estructura de la
pieza –excepción hecha del pasaje del Credo: et unam sanctam Catholicam et Apostolicam Ecclesiam–.
Aun así, encontramos referencias a las misas inglesas de la primera
mitad del XVI, sobre todo con inspiración en John Taverner, aunque
realmente Byrd desarrolla una escritura sencilla, en la que las frases
se alejan de aquellos desarrollos inmensos de sus colegas de anteriores
generaciones, utilizando este un material más sencillo y «clásico», en
el que se evita la expresividad explícita. A pesar de su relativa
sencillez encontramos en ellas algunos momentos gloriosos. Esta misa a
cinco partes guarda algunos de los pasajes más impresionante en la
producción de sus misas, como su magnífica musicalización sobre et venturi sæculi. Amen en el Credo, o el hermosísimo y subyugante comienzo del subsiguiente Sanctus,
por poner únicamente un par de ejemplos, pues toda la misa es un
auténtico dechado de la capacidad inmensa de Byrd para la creación
polifónica que conquista el interior más sombrío del oyente.
La otra gran obra en la que se centra la grabación es el motete Infelix ego
a 5, compuesto por Byrd en 1591. Monumental motete tripartito, se trata
sin duda de una de las piezas más impresionantes dentro de su género en
la Europa del Renacimiento. Compuesto sobre una meditación escrita por
Girolamo Savonarola sobre el Salmo 50, Byrd pone en música de manera
fascinante las numerosas declaraciones retóricas y las cuestiones que el
texto hace suyas, mostrando toda la gama de emociones posibles para un
alama atormentada –como bien se aclara en las notas críticas del disco–.
Se completa el disco con una serie de motetes del propio Byrd, así como de otros compositores. Abre el disco Emendemus in melius a 5, primera de las obras presentadas por Byrd en las Cantiones Sacræ
de 1575, colección de 34 motetes de Byrd y Thomas Tallis, que supuso la
primera colección musical impresa en Inglaterra, que supone además el
comienzo el primer monopolio editorial en la historia de la música
británica para ambos autores, concedido por la reina. También se graban
su precioso, delicado y cas ingenuo Ave Maria a 5, así como su Christe qui lux es et dies
a 5, la pieza más temprana de las aquí se graban, con una escritura muy
homofónica y un estilo que algo más arcaico que puede recordarnos a las
piezas escritas sobre el mismo texto por Robert White [c. 1538-1574].
Acuden a la cita con Byrd dos autores que siempre se han relacionado de manera directa con él. Alfonso Ferrabosco
[1543-1588] –primero de los dos Alfonso Ferrabosco compositores–,
maestro italiano que se trasladó a la corte inglesa para servir a
Elizabeth I entre 1562 y 1578, donde con total seguridad conoció a Byrd.
De él se graba su Peccantem me quotidie a 5, motete luctuoso
de refinada escritura y densidad contrapuntística, que delatan a un
compositor bien dotado para la expresividad. El segundo de los
compositores invitados es Philippe de Monte
[1521-1603], compositor franco-flamenco que formó parte de la Capilla
Real de Felipe II, con la que viajó en 1554 a Inglaterra para las
nupcias del monarca con Mary I, y aunque no se tienen datos fehacientes
de que hubiera un encuentro entre ambos en aquel momento –Byrd tenía 14
años–, sí que es sabido el posterior contacto entre ellos, al menos
cuando de Monte envía a Byrd una partitura con su motete Super flumina Babylonis a 8 en 1583, ante lo que Byrd corresponde con el envío de un motete a 8 sobre el texto Quomodo cantabimus. Aquí se registra su Miserere mei a 5 –que se encuentra dentro de su Sacrarum Cantionum… liber secundus,
de 1573–, y que supone un maravilloso ejemplo de la capacidad de este
maestro para combinar estilos variopintos en su escritura, aunque se
contiene una gran carga de la densa y emotiva polifonía franco-flamenca
de la que era absoluto deudor.
La versión que nos presentan los cantores del Collegium Vocale Gent
resulta absolutamente fascinante. Se trata de una lectura que aúna lo
mejor de los dos mundos más dotados para la interpretación de polifonía
renacentista: el inglés y el noreuropeo [belga-holandés, cabría decir].
Así, se conjuga a cantores de ambas «escuelas», que no son sino maneras
de concebir este repertorio –especialmente en cuanto al carácter
aplicado a las interpretaciones y la sonoridad conseguida, más etérea en
el caso de los ingleses y más terrenal en el caso de los noreuropeos–,
pero con igual cuidado por la sonoridad hermosa, la afinación perfecta y
el equilibrio más pulcro. Así, contando con el concurso de 12 –3 sopranos, 2 contratenores, 4 tenores y 3 bajos–, se consigue una
emulsión maravillosa. Se aleja un tanto de la visión más celestial, que
persigue por la expresión y la belleza por las vías del sonido y
perfección técnica de los británicos. Aquí encontramos, sin embargo, más
atención y cuidado puesto en el texto, en la retórica. Acostumbrados a
tratar con Johann Sebastian Bach y otros autores barrocos alemanes, los
cantores del Collegium Vocale Gent llevan casi en su ADN la comprensión
de la música unida al texto. Desde luego, si para la polifonía del
Renacimiento esto es básico, lo es aún más para la producción de Byrd,
en la que como decimos, existe una carga notoria de la expresión de sus
sentimientos y acontecimientos vitales volcados en su música sacra
latina.
Esto no sería posible si no estuviera al frente de todo ellos una personalidad como la de Philippe Herreweghe.
El maestro belga, alguien del que se puede decir que es director de
directores, maestro de maestros, logra una excelencia interpretativa
fuera de toda duda. La elección de los tempi es calmada, pero sin detenerse en exceso en las cadencias ni dar un desmesurado espacio para los ritardandi,
consiguiendo así aportar el carácter preciso que cada pieza requiere.
Herreweghe es sin duda un director de ensayo, de grabaciones, de los de
trabajo de fondo. Quizá su gesto no dice mucho, incluso puede resultar
confuso. Es entonces cuando uno comprende que su grandeza está en todo
el trabajo previo a un concierto en vivo o el registro final de un
registro discográfico. Su inmensidad está en la comprensión de la
música, en la visualización que de ella tiene en su cabeza y en la
manera en que consigue hacerla llegar a sus cantores. La elección de un
cantor por parte para el Infelix ego si bien no me parece un
acierto, pues se trata de música de gran densidad, que si bien es cierto
requiere de extrema limpidez en la elaboración de las cinco líneas, no
lo es menos que la expresividad y la densidad de su textura resulta a
veces demasiado raquítica con un solo cantor por parte, a pesar de que
estamos ante una lectura de primer nivel. Esta es la única mácula que
puede ponerse a un disco de una calidad superlativa, que nos muestra un
Byrd de exquisita sonoridad y de una carga retórica hasta ahora pocas
veces escuchado.
El álbum, decimoquinto en el cada vez más profuso
catálogo del sello Phi –que él mismo Herreweghe fundara en 2010–, cuenta
con la toma de sonido, edición, masterización y producción de Thomas Neubronner, de Tritonus,
especialista de probada calidad en el campo de la música antigua, que
si bien en esta ocasión deja introducirse algunos sonidos que resultan
molestos, si bien el balance y el trabajo sonoro por lo demás resulta
fantástico. Se completa con unas excelsas notas críticas firmadas por Andrew Carwood,
uno de los mayores especialistas en el mundo de la obra de Byrd, no en
vano, como cantor y director del conjunto The Cardinall’s Musick ha
llevado a cabo una grabación integral de su obra que aún sigue en curso y
que lleva la nada desdeñable cifra de 14 volúmenes editados.
Me volveré a mojar, si para mí Byrd es el mejor
compositor británico de la historia –Händel no es británico, se siente–,
el Collegium Vocale Gent en el mejor coro del mundo, entendiendo como
tal a aquel que consigue un mayor nivel en prácticamente todos los
repertorios posibles, desde el Renacimiento hasta el siglo XX. Desde
este manera de verlo y a mí entender, no tiene rival. No se pierdan,
pues, este disco, pues encontrarán belleza a raudales y si conocen bien
la música de Byrd, hallarán en él una visión hasta ahora desconocida,
que por otro parte, le sienta como un guante.
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