lunes, 26 de agosto de 2013

Per voce... [crítica en Codalario del nuevo disco de Flavio Ferri-Benedetti y Ensemble Il Profondo]

Per voce sola
Maravilloso debut discográfico de Ferri-Benedetti en Cantus con un precioso programa de cantatas italianas. 

Passo di pena in pena. Flavio Ferri-Benedetti, Ensemble Il Profondo. Cantus Records [C9636], 2012. TT. 68’22. Obras de Alessandro Scarlatti, Giovanni Bononcini, Pietro Antonio Locatelli, Nicola Porpora y Antonio Vivaldi.

 
  Siempre que nos encontramos con una feliz comunión, como la que presentamos hoy aquí, entre intérpretes de una altísima calidad y un sello de impecable labor y garantía absoluta, no podemos menos que regocijarnos de la manera más sincera posible, pues estás comuniones son menos frecuentes de lo que a veces pudiera parecer. Si además tenemos en cuenta que estos intérpretes pertenecen a esa nueva y fulgurante oleada de jóvenes dedicados a la interpretación con criterios históricos –ya se sabe, jóvenes pero sobradamente preparados–, pues la algarabía debe ser máxima. 

  Este es un registro discográfico de detalles, en el que todo está sumamente cuidado. Primeramente por el repertorio, porque la música seleccionada es bellísima, pero hablamos de una belleza superlativa, en la que no son requeridos decenas de efectivos para conseguir conmover los “adentros” del que escucha. Son cinco los compositores escogidos, que transitan entre el final del siglo XVII y el ya bien entrado XVIII. Aparece primero Alessandro Scarlatti, uno de los mayores representantes de la cantata da camera que diera el Barroco. Su Ombre tacite e sole, con un texto en el que el amante doliente, traicionado, convierte sus quejas en un apasionado y crudo lamento, puesto en música en cuatro movimientos –alternancia de recitativos y arias– con el acompañamiento de cuerdas altas –violines y viola– y el omnipresente continuo. Una pieza de un lirismo fascinante, en el que la crudeza del texto es suavizado por una líneas melódicas de una elegancia y sutileza fascinantes, convirtiéndose casi en un juego de antagonistas texto-música.
 
  Giovanni Bononcini, otro de los grandes maestros del género, nos legó esa maravilla londinense que es Ecco, Dorinda, il giorno, en ocho movimientos, también juego de contrastes recitativo-aria, precedido esta vez por un hipnótico Preludio en el que los violines nos hacen presagiar lo bello que vendrá. Esta cantata, suerte casi de miniópera, con una trama amplia desarrollada, en la que se nos cuenta lo doloroso de la marcha de un amor, tiene prácticamente de todo. Hay pasajes calmos, de dolor sin excesivos ambages, pasando por puntos de ternura fascinante, contrastados con otros de virtuosismo por el virtuosismo –la típica aria italiana en el que se utiliza la metáfora de la barquita que es agitada por las olas como el amor lo hace con el amante que sufre. La entidad dramática quizá sea mayor en esta cantata que en la precedente –aunque la calidad del texto le vaya a la zaga–, sin embargo, Bononcini no parece tener las dotes melódicas ni la convicción compositiva que presenta Scarlatti. Aún así, esta es una magnífica muestra del buen hacer del compositor geminiani –curioso y musical el gentilicio del de Modena.

  Como “desengrasante” del género vocal, y antes de las dos cantatas restantes –¡cómo si fuese necesario descansar de tan magnífica música y de la evocadora participación del contratenor italiano!–, se nos presenta una pieza puramente instrumental, salida de la pluma de Pietro Antonio Locatelli, uno de los mayores exponentes de la escritura violinística del Barroco italiano. La Sonata a 3, Op. 8, nº. 9 es un claro ejemplo tardío de la sonata en trío, tan en boga unas décadas antes en Italia. Fantástica aquí la concepción en cuatro movimientos de Locatelli, con una escritura nada virtuosística, sino que apabullante en su sosiego, en la que únicamente la pequeña Fuga [alla breve] nos concede un momento de apasionado furore. Simplemente maravilloso el juego entre las dos líneas de violines y el basso continuo –¡qué “corelliano”!

  Entra en escena el napolitano Nicola Porpora, gran representante de la ópera italiana en el XVIII, y también del género protagonista en este disco. Aquí se interpreta su cantata –también londinense– Venticel che tra le frondi, en la que el texto se mueve por los mismos derroteros que las anteriores. Concebida en tres movimientos –con el recitativo central–, Porpora nos muestra el porqué de ser –desde mi punto de vista y junto a Johann Adolf Hasse– quizá el mejor creador de líneas melódicas del Barroco. Maravillosas ambas arias, la primera de carácter más liviano, con una melodía en la que las líneas ondulantes parecen describir pasajes del texto, dejando para la segunda un momento aún de mayor gracilidad melódica –a pesar de lo dramático del texto–, en el que se muestra su maestría también en lo rítmico.

  El último de los compositores representados en Antonio Vivaldi, que a pesar de seguir siendo considerado hoy día por muchos como un autor puramente instrumental, desarrolló una estelar carrera como compositor de ópera y géneros vocales “menores” –también en el repertorio sacro. De las 37 cantatas que se han conservado se graba aquí Amor hai vinto RV 683, una de las más transitadas por los intérpretes, debido posiblemente a su enorme belleza y poder dramático –amor y dolor de nuevo de la mano. Se interpreta aquí la versión para alto –hay otra para soprano–, compuesta en Venezia en cuatro movimientos –de nuevo alternancia recitativo-aria. Encontramos en ella una de las arias más puramente “vivaldianas” , en la que es imposible no reconocer su firma en los pasajes instrumentales, como es Passo di pena in pena –la metáfora de la barquita y el oleaje acude de nuevo–, en la que además se presentan los pasajes con mayor coloratura del presente registro. La última aria nos presenta un Vivaldi puro y brillante, virtuoso y complejo, con los violines en estado puro y una voz que debe librar los tremendos escollos que plantea en su escritura el veneciano.

  Un programa precioso y fantástico en la concepción, que necesita de unos intérpretes de altos vuelos para ser honrado en su punto justo. De este modo acude el contratenor italiano Flavio Ferri-Benedetti a cumplir con su cometido de la mejor de las maneras posibles. De timbre ajustado, poderoso y elegante, se muestra tremendamente seguro en los pasajes más ornamentados –fabuloso en los da capo–, pero fascinante sobre todo en las arias lentas, en las que nos ofrece su mejor faceta. El texto es paladeado en cada sílaba, consiguiendo una dicción extremadamente límpida y todo un ejemplo de cómo debe cantarse el italiano –su formación en lenguas aflora aquí en su máximo esplendor. La línea de canto es fluida, cómoda, natural –en un contratenor es esencial–, y solamente nos muestra algunas aristas en algunos ataques a los intervalos más amplios y complejos. Destaca, sobre todo, la gran expresividad de la que hace gala el italiano, mostrando una empatía brutal con cada palabra del texto que interpreta

  En un programa de estas características la voz necesita de un sustento instrumental poderoso, acorde con la calidad de su intervención, y a fe que el Ensemble Il Profondo –nacido en Basel [2008] durante la formación de todos sus miembros en la prestigiosa Schola Cantorum Basiliensis– lo consigue. Con un sonido fino, elegante, sin intentar hacer ostentación de esa supuesta frescura mal entendida que los conjuntos jóvenes deben tener porque sí, cada uno de los miembros suma, y mucho, para conseguir redondear un disco exquisito. Precisos y muy empastados los violines barrocos de Eva Saladin y Sonoko Asabuki, contando con la suma en las cuerdas altas de la viola barroca de Germán Echeverri Chamorro, de poderoso y cálido timbre. El continuo resulta deslumbrante, sabedores sus componentes de que supone el absoluto pilar armónico-rítmico en este tipo de composiciones. Así brilla especialmente el violoncello barroco de Amélie Chemin, de sonoridad brillante y contundente, destacando sobre manera en los pasajes más complejos de las arias y acompañando con tersura los recitativos. Fabuloso también el clave de Johannes Keller, de digitación rigurosa y presencia en su punto justo –gran trabajo en la labor técnica de Johannes Wallbrecher. Por último, la tan necesaria cuerda pulsada está representada aquí por Josías Rodríguez Gándara [archiláud] y Daniele Caminti [tiorba], aportando ese color tan hermoso y dotando a la interpretación el refinamiento y la finura innatas en estos instrumentos. Gran labor la suya.

  Y si estamos, finalmente, ante un disco absolutamente redondo, es porque se completa con un diseño, calidad en las notas críticas –impresionante la labor aquí, pues son prácticamente una guía de audición–, producción, aporte documental… de un calibre superlativo. Cantus no es por ausencia de méritos uno de los sellos discográficos más cuidados y bellos del panorama mundial. Hemos de alabar aquí y felicitar con toda nuestra efusividad la ingente y extraordinaria labor de su creador y cabeza visible –única cabeza, habría que decir–, José Carlos Cabello, por haber dado vida un sello casi artesanal que alcanza las mayores cotas de excelencia.

  En definitiva, y si leemos las breves notas de Flavio en el disco -que sirven realmente como una auténtica declaración de intenciones-, en las que aboga por el poder de la música y la voz como evocadora de los más puros sentimientos humanos, podemos asumir que, a pesar de lo elevado de sus pretensiones en esa empresa, Ferri-Benedetti puede estar más que satisfecho con lo conseguido en este registro, pues son muchas las sensaciones que afloran al escuchar tan magnífico despliegue de belleza y honestidad. Solo cabe esperar, pues, una pronta comunión entre intérpretes y discográfica.

Publicado en Codalario el 06-VIII-2013.

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