Maravilloso debut discográfico de Ferri-Benedetti en Cantus con un precioso programa de cantatas italianas.
Passo
di pena in pena. Flavio Ferri-Benedetti, Ensemble Il Profondo. Cantus
Records [C9636], 2012. TT. 68’22. Obras de Alessandro
Scarlatti, Giovanni Bononcini, Pietro Antonio Locatelli, Nicola Porpora y
Antonio Vivaldi.
Siempre que nos encontramos con una feliz comunión,
como la que presentamos hoy aquí, entre intérpretes de una altísima calidad y
un sello de impecable labor y garantía absoluta, no podemos menos que
regocijarnos de la manera más sincera posible, pues estás comuniones son menos
frecuentes de lo que a veces pudiera parecer. Si además tenemos en cuenta que
estos intérpretes pertenecen a esa nueva y fulgurante oleada de jóvenes
dedicados a la interpretación con criterios históricos –ya se sabe, jóvenes
pero sobradamente preparados–, pues la algarabía debe ser máxima.
Este es un
registro discográfico de detalles, en el que todo está sumamente cuidado.
Primeramente por el repertorio, porque la música seleccionada es bellísima,
pero hablamos de una belleza superlativa, en la que no son requeridos decenas
de efectivos para conseguir conmover los “adentros” del que escucha. Son cinco
los compositores escogidos, que transitan entre el final del siglo XVII y el ya
bien entrado XVIII. Aparece primero Alessandro
Scarlatti, uno de los mayores representantes de la cantata da camera que diera el Barroco. Su Ombre tacite e sole, con un texto en el que el amante doliente,
traicionado, convierte sus quejas en un apasionado y crudo lamento, puesto en
música en cuatro movimientos –alternancia de recitativos y arias– con el acompañamiento
de cuerdas altas –violines y viola– y el omnipresente continuo. Una pieza de un
lirismo fascinante, en el que la crudeza del texto es suavizado por una líneas
melódicas de una elegancia y sutileza fascinantes, convirtiéndose casi en un
juego de antagonistas texto-música.
Giovanni Bononcini, otro de los grandes
maestros del género, nos legó esa maravilla londinense que es Ecco, Dorinda, il giorno, en ocho
movimientos, también juego de contrastes recitativo-aria, precedido esta vez
por un hipnótico Preludio en el que
los violines nos hacen presagiar lo bello que vendrá. Esta cantata, suerte casi
de miniópera, con una trama amplia desarrollada, en la que se nos cuenta lo
doloroso de la marcha de un amor, tiene prácticamente de todo. Hay pasajes
calmos, de dolor sin excesivos ambages, pasando por puntos de ternura
fascinante, contrastados con otros de virtuosismo por el virtuosismo –la típica
aria italiana en el que se utiliza la metáfora de la barquita que es agitada
por las olas como el amor lo hace con el amante que sufre. La entidad dramática
quizá sea mayor en esta cantata que en la precedente –aunque la calidad del
texto le vaya a la zaga–, sin embargo, Bononcini no parece tener las dotes
melódicas ni la convicción compositiva que presenta Scarlatti. Aún así, esta es
una magnífica muestra del buen hacer del compositor geminiani –curioso y musical el gentilicio del de Modena.
Como “desengrasante”
del género vocal, y antes de las dos cantatas restantes –¡cómo si fuese necesario
descansar de tan magnífica música y de la evocadora participación del
contratenor italiano!–, se nos presenta una pieza puramente instrumental,
salida de la pluma de Pietro Antonio
Locatelli, uno de los mayores exponentes de la escritura violinística del
Barroco italiano. La Sonata a 3, Op. 8, nº. 9 es un claro ejemplo tardío de la
sonata en trío, tan en boga unas décadas antes en Italia. Fantástica aquí la
concepción en cuatro movimientos de Locatelli, con una escritura nada
virtuosística, sino que apabullante en su sosiego, en la que únicamente la
pequeña Fuga [alla breve] nos concede
un momento de apasionado furore.
Simplemente maravilloso el juego entre las dos líneas de violines y el basso continuo –¡qué “corelliano”!
Entra en
escena el napolitano Nicola Porpora,
gran representante de la ópera italiana en el XVIII, y también del género protagonista
en este disco. Aquí se interpreta su cantata –también londinense– Venticel che tra le frondi, en la que el
texto se mueve por los mismos derroteros que las anteriores. Concebida en tres
movimientos –con el recitativo central–, Porpora nos muestra el porqué de ser –desde
mi punto de vista y junto a Johann Adolf Hasse– quizá el mejor creador de líneas
melódicas del Barroco. Maravillosas ambas arias, la primera de carácter más
liviano, con una melodía en la que las líneas ondulantes parecen describir
pasajes del texto, dejando para la segunda un momento aún de mayor gracilidad
melódica –a pesar de lo dramático del texto–, en el que se muestra su maestría
también en lo rítmico.
El último de
los compositores representados en Antonio
Vivaldi, que a pesar de seguir siendo considerado hoy día por muchos como
un autor puramente instrumental, desarrolló una estelar carrera como compositor
de ópera y géneros vocales “menores” –también en el repertorio sacro. De las 37
cantatas que se han conservado se graba aquí Amor hai vinto RV 683, una de las más transitadas por los
intérpretes, debido posiblemente a su enorme belleza y poder dramático –amor y
dolor de nuevo de la mano. Se interpreta aquí la versión para alto –hay otra
para soprano–, compuesta en Venezia en cuatro movimientos –de nuevo alternancia
recitativo-aria. Encontramos en ella una de las arias más puramente
“vivaldianas” , en la que es imposible no reconocer su firma en los pasajes
instrumentales, como es Passo di pena in
pena –la metáfora de la barquita y el oleaje acude de nuevo–, en la que
además se presentan los pasajes con mayor coloratura del presente registro. La
última aria nos presenta un Vivaldi puro y brillante, virtuoso y complejo, con
los violines en estado puro y una voz que debe librar los tremendos escollos
que plantea en su escritura el veneciano.
Un programa
precioso y fantástico en la concepción, que necesita de unos intérpretes de
altos vuelos para ser honrado en su punto justo. De este modo acude el
contratenor italiano Flavio
Ferri-Benedetti a cumplir con su cometido de la mejor de las maneras
posibles. De timbre ajustado, poderoso y elegante, se muestra tremendamente
seguro en los pasajes más ornamentados –fabuloso en los da capo–, pero fascinante sobre todo en las arias lentas, en las
que nos ofrece su mejor faceta. El texto es paladeado en cada sílaba,
consiguiendo una dicción extremadamente límpida y todo un ejemplo de cómo debe
cantarse el italiano –su formación en lenguas aflora aquí en su máximo
esplendor. La línea de canto es fluida, cómoda, natural –en un contratenor es
esencial–, y solamente nos muestra algunas aristas en algunos ataques a los
intervalos más amplios y complejos. Destaca, sobre todo, la gran expresividad
de la que hace gala el italiano, mostrando una empatía brutal con cada palabra
del texto que interpreta
En un
programa de estas características la voz necesita de un sustento instrumental
poderoso, acorde con la calidad de su intervención, y a fe que el Ensemble Il Profondo –nacido en Basel
[2008] durante la formación de todos sus miembros en la prestigiosa Schola
Cantorum Basiliensis– lo consigue. Con un sonido fino, elegante, sin intentar
hacer ostentación de esa supuesta frescura mal entendida que los conjuntos
jóvenes deben tener porque sí, cada uno de los miembros suma, y mucho, para
conseguir redondear un disco exquisito. Precisos y muy empastados los violines
barrocos de Eva Saladin y Sonoko Asabuki, contando con la suma en
las cuerdas altas de la viola barroca de Germán
Echeverri Chamorro, de poderoso y cálido timbre. El continuo resulta
deslumbrante, sabedores sus componentes de que supone el absoluto pilar
armónico-rítmico en este tipo de composiciones. Así brilla especialmente el
violoncello barroco de Amélie Chemin,
de sonoridad brillante y contundente, destacando sobre manera en los pasajes
más complejos de las arias y acompañando con tersura los recitativos. Fabuloso
también el clave de Johannes Keller,
de digitación rigurosa y presencia en su punto justo –gran trabajo en la labor
técnica de Johannes Wallbrecher. Por
último, la tan necesaria cuerda pulsada está representada aquí por Josías Rodríguez Gándara [archiláud] y Daniele Caminti [tiorba], aportando ese
color tan hermoso y dotando a la interpretación el refinamiento y la finura
innatas en estos instrumentos. Gran labor la suya.
Y si estamos,
finalmente, ante un disco absolutamente redondo, es porque se completa con un
diseño, calidad en las notas críticas –impresionante la labor aquí, pues son
prácticamente una guía de audición–, producción, aporte documental… de un
calibre superlativo. Cantus no es
por ausencia de méritos uno de los sellos discográficos más cuidados y bellos
del panorama mundial. Hemos de alabar aquí y felicitar con toda nuestra
efusividad la ingente y extraordinaria labor de su creador y cabeza visible
–única cabeza, habría que decir–, José
Carlos Cabello, por haber dado vida un sello casi artesanal que alcanza las
mayores cotas de excelencia.
En definitiva, y si leemos las breves notas de Flavio en el disco -que
sirven realmente como una auténtica declaración de intenciones-, en las
que aboga por el poder de la música y la voz como evocadora de los más
puros sentimientos humanos, podemos asumir que, a pesar de lo elevado de
sus pretensiones en esa empresa, Ferri-Benedetti puede
estar más que satisfecho con lo conseguido en este registro, pues son
muchas las sensaciones que afloran al escuchar tan magnífico despliegue
de belleza y honestidad. Solo cabe esperar, pues, una pronta comunión
entre intérpretes y discográfica.
Publicado en Codalario el 06-VIII-2013.
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