Las resonancias del órgano histórico de la catedral de Cuenca se unen a las irregulares voces del conjunto francés para traernos la ignota obra de Marcos Portugal.
Outre-Mers. Obras de Marcos Portugal y Caroline Marçot. Olivier Houette [órgano], Choeur L’Echelle – Bruno Procopio y Charles Barbier. Paraty [312214].
Existen en la historia de la música occidental muchos nombres,
talentos que quizá han pasado a la historia tan solo por una pequeña
obra en su legado a la humanidad, otros de los que directamente apenas
se ha oído hablar, a pesar de tener un corpus compositivo amplio y bien
valorado en su tiempo. Este último parece ser el caso de Marcos Antonio Portugal,
compositor lisboeta que desarrolló su carrera a finales del siglo XVIII
y principios del XIX, y que transitó entre Portugal y la colonia de
este en el Nuevo Mundo: Brasil. De carrera exitosa, sus obras eran bien
conocidas en buena parte de Europa. Estudió en Portugal e Italia, y tuvo
que emigrar a Brasil en 1811 con motivo de las guerras que acechaban
Europa en aquel momento. Desarrolló una carrera operística de cierta
importancia, siendo este, quizá, el género más representativo en su
catálogo, junto a la obra religiosa.
En el presente registro discográfico se da cuenta de esta segunda
faceta, poniendo en liza la que es posiblemente su obra religiosa más
afamada, la Missa Grande, datada entre 1782 y
1790. Compuesta en la tonalidad de Mi bemol mayor, se encuentran al
menos unos 80 ejemplares manuscritos existentes de la misma –completos e
incompletos–, repartidos entre unos 29 archivos de Portugal y Brasil,
además de unas 15 versiones de la obra, lo que es buena muestra de la
importancia de esta obra en el país luso y su colonia, pues supone un
verdadero paradigma de la música sacra de sendos países a finales del
siglo XVIII y comienzos del XIX. La versión que se graba es la
correspondiente al acompañamiento organístico a la manera de basso continuo
–que se cree encargo de un aristócrata desconocido–, visión
extraordinariamente personal en contraposición a la orquestal más
convencional. La obra es un verdadero crisol estilístico, pasando de una
estética barroca a una clasicista en movimientos contiguos, llegando
incluso a incorporar ciertos sonoridades más novedosas, que nos
trasladan ya hacia sonoridades más decimonónicas. Destaca el colorido
rítmico aplicado a buena parte de los movimientos, convirtiendo la misa
en una alabanza bastante jubilosa. El contraste entre las partes corales
y las solísticas es otra de sus principales características. El
acompañamiento organístico es un dechado de la sonoridad y la estética
de la música para tecla en el Portugal de finales del XVIII. Se completa
la misa con las partes del propio en canto llano, logrando gran belleza
en el uso de los diversos timbres para su interpretación.
La versión que se nos presenta aquí muestra numerosos altibajos. El sonido del Choeur L’Echelle
es interesante cuando se aúnan todas las voces –quizá algo escasos los
cuatro cantores por parte utilizados–, con un sonido equilibrado,
empastado y brillante, pero se difumina poderosamente en las partes a
solo. Únicamente los papeles del tenor Hervé Lamy y la soprano I Luanda
Siqueira pueden salvarse de la quema, siendo netamente mejorable el de
ambos bajos –el sonido engolado es más que evidente–, la alto –con
problemas técnicos y un timbre poco agraciado– y sobre el de Charles
Barbier, tenor, pero que hace las partes solistas de la soprano II,
destacando sus agudos muy forzados y su desagradable timbre. Una mala
elección por parte del director del conjunto, sin duda.
El doble órgano Julián de la Orden, construido en la
catedral conquense en 1768 y 1770, resuena de manera vigorosa y bien
templada, resultando la interpretación del mismo por parte de Olivier Houette
lo mejor del álbum, que se completa, además, con dos piezas para órgano
solo de otro compositor portugués de finales del XVIII, Dom Melchor López, los Intentos
4 y 7, de cierto tono barroquizante el primero, resultando el segundo
–primera grabación mundial, por cierto– todo un ejemplo de la plenitud
sonora del órgano y los juegos escalísticos.
El disco se cierra con una obra completamente ajena en lo estético,
una composición para coro solo de la joven compositora parisina Caroline Marçot, que bajo el sugerente título de Quetzal
da claras muestras de su profundo conocimiento y dominio del lenguaje
coral. Obra creada en 2002 –también primera grabación mundial–,
despliegue de bellas sonoridades, en la que las disonancias y la
sucesión de acordes sinuosos parecen hacer navegar las delicadas líneas
melódicas, supone –como ella misma explica en las notas del disco– una
auténtica amalgama sonora de cuatro cantos: una canción pastoril, una
nana de Guadalupe, un lamento amoroso de marineros bretones y una breve
serenata corsa, procedente de La Martinica. Obra de complejidad
considerable, sobre todo en el aspecto rítmico y en la afinación –la
mezcla de los distintos cantos hace por momentos la obra un tanto
caótica–, es con seguridad el momento más brillante en cuanto al
concurso del conjunto vocal francés, logrando aquí esas altas cotas por
las que es reconocido en buena parte de Europa.
Solvente la dirección de Bruno Procopio en la Missa Grande, a la que aporta una visión más sosegada, solística y arcaizante, dejando el lado más coral y contemporáneo en las manos de Barbier, que se muestra aquí un acreditado conocedor de esta estética.
Un disco interesante en cuanto a lo que el
rescate de la figura de Marcos Portugal supone, amén de que la escucha
de la preciosa sonoridad del órgano conquense es siempre un placer, pero
en el que tanto música como interpretación no destacan por su
brillantez, exquisitez ni solvencia superlativa.
Publicado en Doce Notas el 25-V-2013
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