Rodolphe Kreutzer lleva al género de la ópera sacra el fratricidio más famoso de la historia con interesante resultado.
La Mort d’Abel, de Rodolphe Kreutzer. Choeur de Chambre de Namur, Les Agrémens – Guy Van Waas. Ediciones Singulares [ES 1008].
Cualquier producto elaborado por Ediciones Singulares
resulta un auténtico lujo para los sentidos. La editorial escurialense
–unida durante un primer momento a Glossa– desarrolla los discos en un
formato libro-disco que se concibe como un productor cultural completo,
un objeto artístico, llevando el concepto de disco mucho más allá del
meramente sonoro. Traemos aquí una de sus últimas propuestas: La Mort d’Abel, una interesante obra que nos presenta la poco transitada figura compositiva de Rodolphe Kreutzer, más conocido en la música del XIX por sus aproximaciones a la música violinística.
En dos discos se nos va presentando esta historia, en una mezcla de
géneros y estilos realmente sugestiva, construyendo así una ópera que
fue elogiada por el mismísimo Hector Berlioz. La obra se estrenó el 23
de marzo de 1810, en la Académie Impériale de Musique, sin embargo,
posteriormente fue revisada y reestrenada en 1825, en una versión en la
que se eliminó el segundo acto –que es la que se graba aquí. Con libreto
de François-Benoît Hoffman, la historia, a medio camino entre los géneros de la ópera y el oratorio –que los franceses denominan opéra sacré–,
nos narra la celebérrima historia de celos y luchas entre los hermanos
Cain –por utilizar la terminología francesa– y Abel, que termina –como
bien sabemos– con el trágico asesinato del segundo por parte de Cain.
La música de Kreutzer resulta de un interés elevado –mucho más de lo
que pudiese parecer en un comienzo–, pues en ella se desarrolla la
herencia francesa de la tragédie lyrique, que tanto
predicamento y magníficas obras nos ha dejado –sobre todo en el Barroco.
Hay momentos que pueden trasladarnos, de manera muy velada, a ese
Barroco; sin embargo, la evocación más directa ante la escucha de esta
ópera es la del renovado drama en francés elaborado por Christoph
Willibald Gluck unas décadas antes del estreno de esta obra. Las
resonancias clasicistas son bien evidentes, sobre todo en el tratamiento
instrumental y orquestal. Las melodías sombrías y las armonías
decadentes se contraponen a momentos corales de angélica sonoridad
–escúchese el sorprendente y hermosos coro que cierra la ópera. Es una
obra claramente masculina, lo que se observa en sus recias líneas
vocales y en el gran desarrollo de las voces de hombre en contraposición
a los personajes femeninos.
En el tratamiento instrumental destaca el rico colorido tímbrico, con
un tratamiento preciosista del viento, que se suma a las ondulantes
figuraciones de la cuerda. Una de las características más interesantes
de esta ópera es, a nuestro parecer, el tratamiento del coro, con
pasajes corales de gran calidad, pero también otros en los la
combinación de solistas hace las veces de pequeño coro –tríos,
cuartetos, quintetos… tratados, sobre todo, de manera homofónica.
La versión que nos presenta aquí el joven –en general– y un tanto
desconocido plantel de solistas resulta bastante homogénea, realmente
vigorosa y enérgica. El concurso de estas voces destaca por su calidad
de manera genérica. No hay excesivos “chascos”, ni deslumbramientos
intensos. Entre lo mejor podemos destacar a los dos protagonistas,
encarnados por el tenor Sébastien Droy [Abel] y Jean-Sébastien Bou
[Cain] –destacando el primero sobre el segundo. En los roles femeninos
no encontramos una brillantez mayor en ninguna de las tres cantantes
sobre el resto.
La mejor parte en lo interpretativo se la llevan el excelente Choeur de Chambre de Namur
–sobradamente conocido por sus magníficas incursiones en repertorio
galo–, que despliega aquí una sonoridad hermosa, bien equilibrada, con
una afinación y empaste realmente pulcros y cuidados; así como Les Agrémens,
orquesta historicista especializada en repertorio del clasicismo y
romanticismo. Es en ocasiones como esta en las que uno valora aún más,
si cabe, lo importante de utilizar este tipo de sonoridades más cercanas
al período interpretado, alejándolas tan solo del ámbito del Barroco o
el primer clasicismo. La ganancia en cuanto a la tersura y limpidez de
la cuerda –la fluidez y comprensión de las líneas es pasmosa así–, o la
presencia y contundencia en el viento metal, y la elegancia y delicadeza
en el viento madera, resultan de una diferencia abismal en comparación a
una orquesta con instrumentos “convencionales”.
Guy Van Waas demuestra, una vez más, ser un
excelente conocedor de este tipo de repertorios, consiguiendo, además,
sacar lo mejor de orquesta y coro –casi hechos a su medida–, lo que se
observa en la gran fluidez y facilidad con la que se desarrolla su
lectura.
El disco se completa, aparte de las evidentes sinopsis argumentales y
texto del libreto, con una serie de seis artículos –en francés e
inglés– de interés superlativo: Alexander Dratwicki nos habla sobre la
obra y la controversia suscitada por la misma en su momento, Étienne
Jardin sobre la recepción de la obra en la prensa, Benoît Dratwicki
dedica un artículo a los géneros “experimentales” del oratorio y la opéra sacré
en la Francia de entre 1700 a 1830, David Chaillou lo hace sobre el
elemento fantástico en la ópera parisina bajo el dominio de Napoléon I;
textos que se completan con una interesante visión de Kreutzer realizada
por su coetáneo, el estudioso François-Joseph Fétis.
Un disco, por tanto, en el que se rescata una obra de interés muy
alto, sobre todo por lo que puede aportar al conocimiento de la figura
de Kreutzer –al que pone en un lugar algo más justo del que se
encontraba hasta este momento. Si bien no estamos, claramente, ante una
ópera desmesuradamente brillante en lo cualitativo, sí con un interés
importante, dada la manera en que el autor asume la herencia del pasado y
la convierte en una obra muy personal con toques muy característicos.
La bella presentación –excelente la combinación de colores entre el
morado y negro– y el aporte documental –de gran peso musicológico–
terminan por completar un objeto cultural de lujo, además de muy
exclusivo –solo se han editado 3000 ejemplares.
Publicado en Doce Notas el 08-VI-2013.
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